El Corán y el Termotanque | Tercer número | Page 33

espacios. Extraterrestres que comparten la misma tierra. Me detengo a contemplar las acciones de esos que también habitan esta realidad que me interpela y a la que no puedo contestarle más que con preguntas. Una señora pasa con su hijo de la mano directo a la escuela; el niño me mira como si supiera mis pensamientos y en sus ojos descubro, tras la inocencia a la que siempre quiero volver, que posiblemente todo sea una gran puesta en escena a la que llegamos, desconociendo la razón, pero con la certeza de que de algún modo hay que traspasarla. El almacenero siempre allí, en su banqueta, rogando que nadie entre al comercio porque prefiere quedarse oyendo la radio, que cada media hora anuncia las necrológicas de la región. Un día más también es un día menos y alguna vez su nombre saldrá por ese parlante. La verdulería reluce con los colores abultados por los agroquímicos que hinchan los follajes, y se roba la belleza de la cuadra en una nueva demostración de categoría por parte de la naturaleza que, aunque atrapada entre el hormigón reinante, encuentra un descanso para decorar el paisaje. espera que una pluma y un papel lo rescate. Un hombre, que tendrá cerca de setenta años, me toca el hombro y destroza mi quietud. Pide permiso y cuando le cedo el paso sonríe con una mueca que reconozco. Se aleja, mientras intento descifrar su rostro. Me veo en él, caminando lentamente, castigado por los años que, a las trompadas, desfiguran el semblante hasta convertirnos en un manojo de arrugas que apenas puede levantar los párpados. De repente, me sentí an