El Corán y el Termotanque | Tercer número | Page 22

coger, en todo caso, era cuestión de decisión y en eso no tenía lugar el tiempo ¿no éramos jóvenes, acaso? ¿quiere decir eso? ¿jóvenes? ah, ¡jóvenes! esbeltos, rubicundos, expertos en nada triunfales o triunfantes hambreados, de perlas, habladores zarandeando entre postes altos y electrizados, recorriendo escondites con la lengua violentada en tanto trámite ¿de qué miedo nos habían alejado? nunca pudimos arrancarnos los ganchos, somos jóvenes ¡jóvenes! Incapaces y aptos de todo, para ser delicias crecedoras y parirnos en ebriedades lacerosas, dar un beso de los nuestros proferirnos alguna buena mentira, caudalosa resucitarnos o reescribirnos con tatuajes porfíos, en auras grandiosas en cielos dulces de cremas psicotrópicas, chorreantes jarabes que caen de bocas hórridas hasta las nuestras esos ojos chiquititos que miran lo alto y se extienden después alguno se rasca el estómago y levanta la mano para pedir una ronda más de sus almíbares las planchas embrujadas como el mar desolado ¿su inocencia infiel? ¿las olas? podrían habernos llevado, pero nos rescataron el salvavidas nos dejó en la costa, escuchando los aplausos era de otro el heroísmo y nosotros, los protegidos avergonzados ¿la planicie convulsa con los vientos, el amor? todo eso ya fue dicho y nosotros seguimos siendo jóvenes de vez en cuando soplamos y confesamos que todo era una mierda y eso nos hacía sentirnos cerca, en una habitación oscura y llena de humo fumábamos y nos pasábamos las manos por el cuerpo queríamos llegar a algo que no nos hiciera sentir distintos (¿jóvenes?) la música siempre ayudó bastante para esa rutina, casi era su centro vital desde ella es que trascendíamos, siendo jóvenes dos que se hacían mito estábamos perdiendo, es cierto, como siempre pero era nuestro modo de resistir, para eso teníamos que ser jóvenes, ¿no es verdad? porque sabíamos que no éramos hermosos ni valientes, mucho menos inmortales, en realidad, no había riesgos que nos alejaran de la muerte que reposaba constante en el letargo de los ojos ciegos y los dientes negros en las tumbas, las colmenas y los cercos que rondan y montan guardia en el interrogante del resplandor que atravesábamos y es que estábamos acá solos: un día nos dijeron que debíamos competir hasta morir (o matarnos) acá, en una soledad de tecnoduros sacudiéndose [¿saben por qué? [¿son jóvenes, también? rodeados, quedamos, de lobos que mastican carne de lobos (relamen su semen): 22