El Corán y el Termotanque | Tercer número | Page 5
temas tan prohibidos que la madre de la Flaca, de haberlo sabido, la hubiera denunciado por corrupción de menores. A duras penas tomaron la comunión y la experiencia fue, una vez más, un insulto a sus inteligencias. No sintieron nada, no vieron
a Cristo y no les creció la fe sino la confusión.
A los doce, ya sabían lo que significaba culear. Y sabían también, que después de
coger por el ano, el pene salía lleno de excremento y ya no se podía insertar por la
vagina. Como conservaban cierta inocencia, pensaban que si la pareja se decidía a
coger por atrás, es decir, a culear, no podían después coger por adelante, es decir, no
podían, lisa y llanamente, coger, porque si lo hacían, a la mujer se le llenaba la concha
de mierda y eso traía enfermedades. Aunque sabían todo, no tuvieron oportunidad
de practicarlo hasta bien entrados los veinte, porque además de saber sobre la escherichia coli, sabían que el culo es para los maridos. «Ustedes chupen pija y háganse
coger por la conchita (siempre con forro, aunque tomen pastillas), pero el culo hay
que reservarlo, porque si no, cuando se casen, no les va a quedar ninguna parte sin
uso para agasajar a los maridos».
Crecieron con algunas deformidades sexuales y otras vicisitudes que separan sus
historias. Porque de todo lo que sabían, poco aplicaron. La Flaca tuvo el primer
aborto a los tres meses de su primera relación sexual. Tenía dieciséis y no pudo contener el apuro del pibe que quería desvirgarle la conchita, con forro o sin él, el muy
pendejo. Ahí descubrieron lo solas que estaban, a pesar de ser dos, y lo mucho que
se parece un feto de diez semanas a una cebolla flaca y remojada. Para el siguiente, ya
habían aprendido qué decir y qué callar al entrar en la sala de emergencias, porque
también sabían que después de la cebolla, venían (y cuántos) litros de sangre, y cómo
las iba a recibir un médico joven con cara de pisaste mierda y aire de sabelotodo,
avalado por tres meses de residencia.
Al tercero, vaya a saber por qué, se lo quedó. El caso fue conocido, porque el hijo
de la Flaca nació con tres inconscientes: el que le correspondía y el de los dos abortaditos. Años más tarde, el Giuliano se convertiría en la cara de todos los panfletos anti
abortistas y la Flaca, del bando opuesto, en una activa militante en favor de la libertad femenina. Aquel desamparo se le volvió una forma de vida y cada tanto renegaba
de haberse comprado el cartón de asistencias de misa en lugar de las dos fotos de Di
Caprio, porque pensaba que de haberlo hecho, la vida hubiera sido distinta. Para
moderar un poco las cosas, empezó a coger por el culo y descubrió que culear no
sólo equilibraba el universo, sino que además le gustaba.
Por su parte, la Gordi fue desarrollando durante la adolescencia algunas inquietudes sexuales inconfesables. La madre loca
había pasado a mejor vida en un accidente
con el auto y aunque le había dejado largas
horas de enseñanza sobre sexo, se había
olvidado de decirle que los pitos y las conchas no andan sueltos, sino que vienen
con un cuerpo y un temperamento al que
se puede amar o no, antes o después de
que los pitos y las conchas se encuentren.
Las pijas se fueron sucediendo una tras
otra y la Gordi se enamoró de todas ellas,
creyendo enamorarse del combo completo y, por lo tanto, sufriendo al pedo la
mayoría de las veces.
Por otro lado, le aparecían fantasías
que, según la pareja, iban desde el exhibicionismo (coger en el balcón que da a
la calle), la somnofilia (coger y ser cogida
mientras uno u otro dormía) y el más
tradicional trío con alguna otra chica.
Muchas veces tuvo que cambiar la fantasía por los chocolates o el dedo índice,
porque con las pijas sueltas no lograba la
confianza para hablar de semejantes heterogeneidades.
Con Ignacio, sin embargo, fue distinto.
A él le pudo contar todo sobre ella, sobre la