RETÓRICA
Por Jeremías Walter Ilustra Gabriel Keppl
A
las cinco de la tarde los párpados me pesan y ya no hay nada que hacer, ni clientes que atender, ni botellas que cargar, ni pisos que barrer, ni solitario por resolver, mi viejo sumando por cuarta vez los mismos veinte números de las veinte ventas que hubo un martes de fin de mes, como si pasar la birome una y otra vez, dibujando tinta sobre tinta sobre números engordados a fuerza de tozudez, como si eso fuera a engordar el mismo infame resultado, que con esto no pago el gas, que con esto no pago la luz, que mañana viene cocacola, y afuera hace calor, y la gente que no come o tal vez se sienta indiferente de su hambre o apura una evolución hacia la anemia, la abulia, el grado cero del deseo, que mastica, saborea y digiere, tal vez, otras cosas, decisiones, tal vez, que no se tomaron o no se van a animar a, y las decisiones a medias siempre mantuvieron ocupado al estómago, porque somos de algún modo rumiantes del tal vez, pensaba, cuando Tribilín entra por la puerta, apagando el cigarrillo antes de cruzar el umbral, pero regalándonos el humo que acaba de regurgitar, de no digerir, ni rumiar, como si no pudiera dejar afuera todo de golpe, porque dejar de a poquito es mejor, aunque yo creo que lo que quiere es dejarnos algo de su miseria, de compartirnos el desecho, la leche muerta de su lujuria por un humo que me resulta repugnante y que a mi viejo le debe molestar, porque hace tres años que no fuma, aunque cada tanto se mete un cigarrillo apagado en la boca y lo chupa como un bebé chupa una teta seca, y que como dijo Nietzsche, le digo, los remordimientos de conciencia son una cosa asquerosa, casi tanto como fumar, pero sigue sumando, saluda a Tribilín casi sin levantar la vista, qué hijos de puta, las entradas de Tribilín pocas veces comenzaban sin un insulto, le arrebataron la cartera a la vieja que se mudó al lado de la bicicletería, podés creer, y su pregunta era retórica, porque en verdad no le interesaba saber si podíamos o no creerlo, ni siquiera le interesaba nuestra opinión del hecho en sí además de la calidad de creíble o no del mismo, ¿ sabés qué hay que hacer con estos?, de nuevo la retórica, porque él sabe, casi siempre, qué hay que hacer, y si no lo sabe, no le interesa saber si los demás saben, dice que a estos habría que meterlos en centros para descargar la violencia, y que se tenían que llamar Centros de Descarga de Violencia, porque Tribilín sabe pero no imagina, es fácil, dice, separando sus dedos taxonómicamente, a todos los choros, pungas, asesinos y violadores, y yo estoy seguro de que debe tener la categorización de delincuentes y subdelincuentes anotada en uno de esos cuadernos de papeles que son amarillos como sus dientes y siempre anda transportando, vaya uno a saber con qué objeto, entonces a estos los metés presos, pero como con eso no alcanza, además de tenerlos en cana, una vez cada semana, o un par de veces, eso habría que definirlo, dice, como si el resto de la propuesta ya estuviera en marcha, o discutida al menos, quizás lleva
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