El Corán y el Termotanque | Segundo número | Page 29

El Corán y el Termotanque un cuento que se llama Raso» y en la frase estaba incluida la afirmación «yo nunca escribí nada, pero se me vino la obra encima», lo que suponía que dijera sin decirlo «y ahora no sólo la voy a escribir sino que ya tengo la tapa de la edición lista, y no sólo eso sino que además voy a ser reconocido como escritor», lo cual es una falacia, y un prejuicio mío del que no me enorgullezco. Pero enseguida pensé que yo escribiría algo que se titulara Raso, solamente para correr una pseudo-carrera con quien nunca escribió un cuento pero sí pudo formar para sí una envidiable reputación; y lo titularía Raso, y aunque el cuento del tipo se trate de una bailarina que en el día de su boda experimenta una sensación especial con la textura de una tela, de raso, y que a través de esa sensación recordara mil sensaciones de su pasado, como la tortita en el té del fino francés, o bien, la tela de raso la trasporte a un mundo de pesadillas, algo más del estilo de entretenimiento inglés, o bien en otro caso en el que la novia descubra que la tela estaba en malas condiciones entonces antes de casarse decida demandar al sastre, o a la modista, y entonces siga el cuento con una historia de aventuras y demandas judiciales que nunca acabarían lo que impedirían que la boda se desarrolle en ese libro, fiel al modo adolescente tedesco; pues entonces yo escribiría un cuento, con toda la intención de primerear, solamente por cagarle la idea, con la historia de un soldado raso que tiene problemas con un teniente por tener a priori simpatías con un general. Entonces resulta que el teniente lo pone a hacer el doble de ejercicios que a los demás soldados, aun sabiendo que si se enterara el general, lo trasladaría a otro destacamento; pero mientras tanto aprovecha, porque en lo profundo desea el traslado, secretamente, y así hace trabajar al soldado raso, inúltilmente, como hacen todos los militares; por ejemplo, le hace hacer la cama dos veces, lo hace correr el doble en el campo de entrenamiento, le hace lavar más platos que los que ha ensuciado; en definitiva, le hace hacer todo lo necesario para que este soldado que ya la estaba pasando mal por el hecho de tener que estar ahí, la pase mucho peor por tenerlo de punto, y esta situación se mantenía así hasta que aparecía el general que, por alguna razón mucho más franca como podría ser compartir el lugar de procedencia, apañaba al soldado. Pero el soldado en realidad no se daba cuenta de que había algún tipo de maltrato de parte del teniente ni del favoritismo del general, porque el soldado, que era raso, en realidad pensaba que el teniente exigía a todos por igual, pero sobre todo porque obraba disimuladamente y no podía corroborar si exigía a otros o no, de la misma manera que no podía saber que el general lo apañaba ya que también lo hacía diplomáticamente. O sea, no tiene nada que ver con el impulso en sí, las ideas, al final, son ideas que están ahí, no le pertenecen más que al que va y las concreta. Las ideas no son como el dinero, que circula restring ida y controladamente. El dinero es cambio, yo tengo 19 pesos en mi bolsillo ahora, significa que puedo pagar este café, y un turrón. Pero voy al cajero y tengo un poco más, entonces sé que esta noche voy a comer y por lo tanto al rato me lo tiro charlando con vos. Pero hay gente que tiene millones y millones acumulados, que esta noche podrían pagar la cena de muchas personas. No me preguntaría qué los hace mejores, o qué nos hace peores, a diferencia del dinero, si no fuera porque ellos son los que suelen decir que con mis 19 pesos solo puedo pagar este café y el turrón y no un banquete para doce personas; por supuesto que serían amigos, obvio que estarías invitado vos pero, o sea, no existe. El que inventó el dinero tuvo una idea, fue una gran idea, se le fue de las manos. ¿Ves? Pero fue y lo hizo, y