El Corán y el Termotanque | Segundo número | Page 13
El Corán y el Termotanque
CÓMO ES QUE HABLAN
LOSQUE NOTIENENVOZ
Por Herminda Azcuénaga de Puchet
Foto: Juliana Faggi
L
os hechos se alinean o coinciden –se
contagian– y dan lugar al momento histórico: el
8 de mayo se conmemora el Día Nacional contra la Violencia Institucional, y en ese marco se
lanzó la Campaña Nacional contra la Violencia
Institucional; por esos días, Vanesa Orieta se
presentaba en la justicia para dar su testimonio sobre el acoso,
las torturas y desaparición de su hermano, Luciano Arruga; a
las pocas horas, César González presentó en la Feria del Libro
su tercera obra, Retórica al suspiro de queja. Tres acontecimientos signados por un mismo denominador: la violencia operada
desde las fuerzas del estado sobre la marginalidad. La pobreza
como factor de castigo.
La Campaña Nacional contra la Violencia institucional es
la materialización de un proceso de resistencias que tuvo en
las organizaciones barriales y en la movilización de las familias de los barrios humildes su impulso fundamental. El estado
reconoce la miseria que engendró y asume la incapacidad de
intervenir en una institución (la policía) que es la única que
se heredó intacta de la dictadura. El milico, brazo represor de
un sector de la sociedad que gestionó el golpe de estado antipopular, se desplazó a una nueva figura, encarnada en los policías que, desde el control del delito, gestionaron la seguridad a
fuerza de arbitrariedades y represión sobre los nuevos enemigos internos. El milico de hoy es la renovación de la estructura
represiva comandada por el milico de ayer: de la seguridad
nacional, que exigía el mando militar para el combate político,
a la seguridad ciudadana, que por el contrario, requiere de la
garantía de fuerzas civiles para conservar la concordia moral
en el marco del sistema democrático.
La denuncia de los embates policiales (más de cuatro mil
muertos y 218 desaparecidos en democracia) tuvo en el arte
un foco de resistencia: ante la indiferencia de los partidos
políticos formales que se fueron gestando en la democracia,
los artistas expresaron la realidad de persecución y atropellos
que se vivía en las zonas de miseria cada vez más creciente.
La poesía y los márgenes
El poeta revolucionario, ligado a las organizaciones políticas y militantes que enfrentaban los regímenes dictatoriales y
buscaban reconquistar el campo de la belleza y la creación para
las mayorías proscriptas, deriva en el poeta carcelario, el pibe
pobre encerrado, también despojado de todas las instancias de
la vida, excluido, que asume (se reapropia) del arte para hacer
una explosión en el orden legal que lo descarta de nacimiento.
Hay una línea de transición, quizás, entre Miguel Ángel Bustos y Cesar González. Sólo que ahora los muertos quedaron
vivos. Surgen desde la marginalidad, desde los márgenes a los
que fueron expulsados: se los echó del sistema educativo institucional, del empleo formal, de los medios de entrenamiento
que se crearon, del universo de consumo, de la representación
en los productos culturales difundidos por los grandes medios
de comunicación. Nunca tuvieron lugar, y el arte es una forma
de irrupción, como lo es también la violencia.
En el aislamiento de las celdas, Cesar González se encontró
con Operación Masacre. Literatura e historia política entrelazadas, hechas carne en esos cuerpos sobrevivientes en el basural de José León Suarez. En ese momento inaugural (que es
uno: en el basural y en la celda) la poesía de los resistentes abre
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