El Corán y el Termotanque | Quinto número Año 2, número 5 | Page 35

una Feria de las Colectividades, ubicua y permanente, aun- que homogénea, desfilara por los alrededores de peatonal San Martín. Considero que facilitó la aceptación popular, el acostumbramiento, que por entonces ellos fueran correc- tos e inofensivos, lo más discretos que podían, y que no interfirieran en el desenvolvimiento de la vida diaria. Quizá la llegada de refuerzos, de otros grupos de mili- cianos, con la subsiguiente necesidad de mayor espacio y comodidades, provocó el primer desequilibrio. La toma de los hoteles no pareció trascendente, porque ya no tenían huéspedes y porque el municipio, de inmediato, anun- ció a los empresarios que se harían cargo de solventar los gastos de alojamiento, pero la instalación de trincheras que oficiaban como puestos de control de isis en la Sala Lavarden y en la escalera del Club Español, sí merecieron la desconfianza o resquemor de los más avispados. Un comisario, escoltado por la mano izquierda del Secretario de Seguridad, se arrimó a dialogar con los responsables de la guerrilla islámica. Aunque en su informe escribió que la reunión fue un éxito, al día siguiente se multiplicaron las barricadas y aparecieron las primeras camionetas, donadas por una empresa automotriz, patrullando las calles con una banda de combatientes apiñados en las partes traseras. Un efecto positivo, si se quiere, o un oportuno placebo, fue que se registró un importante descenso de la cantidad de deli- tos en el radio céntrico. Luego de la amputación sumaria de las extremidades del primer motochorro sorprendido en su tarea, los delincuentes comprendieron las dificultades de trabajar en dicha zona y solicitaron nuev os corredores liberados para poder seguir llevando el pan y los celulares de cada día a sus hogares. Para los vecinos, salvo algún que otro progresista recalcitrante, fue una bendición, un alivio, la implementación de un nuevo orden mundial. Gozosos, aprobaban el escarmiento aplicado al ladrón y, un tanto hipócritas, justificaban el exceso apelando a la ley del talión, subrayando que se trataba de las costumbres de ellos y que había que respetarlas, qué tanto, desde cuándo éramos tan intolerantes con la diversidad cultural. Con las carpas, que ya formaban un campamento, los hoteles citados y los puestos de avanzada, fijos y móviles, algún opositor espabilado y alarmista podría haber denun- ciado la inacción de las autoridades o que isis se estaba adueñando de la ciudad y empezaba a imponer sus leyes. Sin embargo, por entonces se discutía la concesión de los bares de la costa y se habían detectado seis casos de dengue amazónico, por tanto, la atención se focalizaba en estas dos 33