El Corán y el Termotanque | Quinto número Año 2, número 5 | Page 41

3 Varias veces he visto esa oscuridad, ese pánico.
Mi vida es nocturna como la de un portero árabe que administra pesadillas. La calle sigue igual. Peligrosa, pero menos épica. Antes, un mendigo o una vendedora de violetas tenían esa dignidad de ahorcado en un puente del Sena.
Ahora la ciudad es un escándalo de bienes en la feria. Limpiadores de la noche, implacables e invisibles, han reemplazado sus tragedias. 4 Una barcaza cruza la noche. Va por ese río sucio que jamás conocerá la gracia del día. 5
Después de todo, la vida es inexplicable. Un puente en el tiempo, un pasaje. Porque justo es otoño y llueve y la ciudad mejora mucho cuando llueve.
Yo no sabía que el sudamericano era poeta. Los sudamericanos tienden a ser poetas y a morirse pobres y hambrientos. Lo descubrí cuando soñaba y ahora me parece un sueño ajeno.
Sí, de otro es el sueño, como de otro es el cielo, la lluvia y ese patíbulo recién construido. 6
Un hombre fuma en el patio. Le hago señas. Quiero explicarle el estallido metafísico de las ventanas.
Sueño que soy yo quien contempla, desde abajo, el pábilo silencio del poeta. 7 Me visitaba en el sueño como una forma fresca, núbil, primitiva. Un fuego precario. Me dejaba llevar por el consenso de sus ojos.
Hay algo de aquel tiempo que retorna. Es como un temor que se apaga. Comprendo que estoy en el revés y soy el sueño. Consumido, inoperable, como un puñado de cenizas en el desvelo de la noche oscura.
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Puerto, cortada, prostíbulo. Un compás de tango y otro más, patético y trágico. Pichincha en sangre y a dos calles, abajo, el río. Satanases y gringos. Cuatrocientos médicos nuevos y nosotros distanciados a norte y sur por una vieja relación mimética.
Todo siempre está por irse acá, entre alguna que otra moda que pasa. Dos veces por lo menos, por azar, por las dudas, desapercibido, beso el pan en la frente. Y entre algún que otro desencuentro, pasan los secos tranvías verdes.
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