El Corán y el Termotanque | Quinto número Año 2, número 5 | Page 3
Editorial:
Los puntos opacos
Sabemos tanto del terror, que por ahí lo que olvidamos es
amar. Vivimos entre ismos de terror. Como unos que pes-
can la luz en la corriente ocre ven brillo y ciegos o arrebata-
dos tiran la lanza, hacen la noche, se llenan de miedo. Todo
se sabe después, pero hay algo que antes nos informa, nos
reduce a lo mínimo, nos corta y nos suelta para que enton-
ces sí hagamos formas, demos saltos, creamos estar más alto
habiendo olvidado. Siempre hay un hecho para recordarlo,
una página escrita que lo revela o sugiere o hasta lo niega.
También nos toman el cuerpo por asalto, o nos dejan solos,
sentados en un rincón, clavados en un momento espeso. El
terror y el tiempo siempre encuentran la forma de herma-
narse, como si salieran los dos de una misma materia. Ahí
están los cazadores, a oscuras, viendo luz o soñándola, lo
mismo alcanza. Tiran o dejan, ilustran o escriben, dos pro-
cedimientos terroríficos.
Ahora vemos que los cadáveres se levantan y caminan.
Parecen volver, pero son nuevos. Parecen vivos, pero están
muertos. Se huelen, despedazados, heridos, descarnados.
Con órganos sueltos que encuentran tirados o arrancan
al paso, se van rearmando, múltiple vida muerta. Saltan
y avanzan sin tocar el suelo, no como si flotaran, porque
pisan y aplastan para avanzar. Pero están sobre la materia,
por ahí circulan, y tropiezan y hunden el pie como en un
charco. Hacen un agujero cada vez más profundo y se llena
de barro, de hueso, de petróleo. Están muertos, sabemos,
pero tienen sus fantasías y supersticiones, nos obligan a vivir
en ellas. Quieren reproducir: todo trasladarlo a su nómina
económica. De algo hacer valor, sacarle toda la vida, vol-
verlo también un cadáver: que al lanzarlo, transite mejor.
Hay historias en peligro.
Ser el cadáver superior, el gran arrojador de cadáveres,
el que hace de todo un cadáver y lo pone a jugar, tiene sus
méritos. Es difícil, hay que morir varias veces, resignarse
tanto hasta quedarse sin vida. El sueño de ser también una
cifra volátil que gira y gira y se multiplica en su esfera abs-
tracta, inquieta y pone torpe, competitivo. Cadáveres que
se muerden unos a otros en una lucha amarga por llegar a
ningún lugar. Ir e ir, siempre ir. Se lo refina diestramente
para que parezca experto, pero en el fondo hay terror.
Miedo cobarde por la forma, paranoia, desesperación.
Hacen y viven en eso, sacan luces que defienden todo un
mundo. Es por eso que algunos consiguen terror en polvo y
ganan noches con su juego.
Esa oscuridad tiene sus rasgos, sus atributos, sus estilos
literarios, alguna u otra manera de decirla sin nombrarla
demasiado. Hay otras. Los puntos opacos, al fin y al cabo,
construyen la ciudad: sin la selva negra los cazadores no
verían los peces luminosos. Solo algunos se animaron a
arrojarse (no caer) al frío o a lo siniestro, lo negro. El cro-
matismo, en este caso, es parte de su forma, de los cadáveres
que estamos obligados a reproducir. Escribimos el terror
o lo evitamos con todo un fanatismo de gramáticas, pero
siempre es una pregunta que parece sobrar.
Del terror puede surgir la precisión, el efecto de un cál-
culo, la programación efectiva. Ningún error, para eso se
hace. La vida es demasiado errónea, imperfecta, una cosa
oscura y pesada. Ahora sólo sobrevivirán los óptimos, una
limpieza muy sutil. Afuera quedan los que merecen la
intemperie. Tenemos suficientes muertos que se mueren
de hambre, desocupados que empiezan a ver cómo están
muriendo, abandonados que insisten con morirse a cada
rato, escupidos que tienen hartas de muerte las venas, ofen-
didos, maltratados, despedidos, aniquilados que les sobra
muerte por todos lados. Tienen demasiado, hay demasiado,
son demasiado. La demasía y la muerte no son términos,
conviven sin ser bautizados, están pero nunca acontecen.
Muere uno y todavía no llega la muerte.
Hay luz por todos lados, cámaras encendidas y el terror
aumenta. Se reimprimen las caricaturas. La disciplina,
ahora, masifica. Los cadáveres se vuelven y se buscan. Las
hermosas maravillas de la mercadotecnia: los editores ya
no tienen nada que ver con los libros y las revistas, ellos
publican, ponen a circular, también son grandes visiona-
rios de las oportunidades. Por eso es que el papel ya no
pesa, pareciera desustancializado. Nos asomamos a un
pozo hondo de terror, pero estamos adentro. Decir negro
es, también, poder sospechar la vida. Confiar en el arte y la
literatura en un mundo de financistas, en que algo más se
puede crear.