El Corán y el Termotanque | Cuarto Número | Page 12

para imprimirla y regalarla porque el libro no se consigue y no quiero regalar el mío. Vuelvo a leerla y trato de que se me filtre el ritmo del autor. Escribe como susurrando, como en puntas de pie. El relato parece superficial pero está lleno de detalles, de indicios, de palabras bien puestas. Es sencillo, no se enreda, no pretende nada. Es alguien contando una historia sin la ampulosidad de la literatura. La voz del narrador es calma. Cuenta sin describir mucho, sin comentar mucho, sin desviarse casi. Es la voz en off de la vida o el subtítulo de la escena anterior, porque el texto está en pasado. Deja pasar una escena para contarla. Avanza sin apuro ni gritos. Se detiene un momento, respira, deja pasar otra escena, vuelve a detenerse. Puedo hacer eso, pienso, antes de dormirme. Seguir una historia sencilla por algunas páginas sin tratar de demostrar nada, contar algo sin mirarlo de todos lados, atajar todas las posibilidades, las repercusiones o las miradas posibles. Puedo hacer eso, escribir capítulos cortos, cambiar de página aunque quede la mitad, no buscar el relato largo, no llenar ni completar todo. Contar una historia y punto. Escribir cuarenta, cincuenta páginas hasta la mitad o poco más que la mitad, no tenerle miedo a esos espacios vacíos, a quedarme callado cada tanto. Llego a imaginarme el par de párrafos que va a tener cada capítulo y el espacio que ocupan en la página. Esa historia va a generar un interés para seguir leyendo, va a interrumpir el tono obsesivo y dramático del resto de los textos de un libro que no existe. Puedo hacer eso. O puedo mezclar la novela que transcribo y no decir que no es mía. Nadie se va a dar cuenta. «Afuera es de día pero casi no se nota. Hay agua en el aire. Entredormido, llego a ver cómo se forma un rayo. Al cielo se le abre una grieta diminuta, justo en el centro de mi ventana, que se bifurca varias veces, que se abre para todos lados en cámara lenta. Pasa apenas abro los ojos y no sé cuánto dura. Parece un documental. Después explota y por un momento lo único que hay es el reflejo de esa luz que se deshace. Parece que va a entrar por la ventana, que va a caer donde estoy acostado. Me tiro de la cama, como si fuera a protegerme. El rayo termina en un trueno, se rompe lejos de mí. Quedo sentado en el piso, entre la cama y el armario, pensando en que no tenías medias». Tengo que buscar la manera de darle sentido a las últimas frases de ese texto fragmentado que te voy a ir mandando de a poco, tengo que inventar algo que se integre naturalmente al final, que no sé cuándo va a llegar pero que va a decir: «Estás sentada enfrente mío, un poco más arriba que yo. La luz de la puerta de tu departamento titila. No podemos adivinarle la conducta ni los motivos. No sabemos por qué se prende o se apaga, qué lógica sigue si es que sigue alguna. Es un exceso, nos pega de frente, nos expone. Estoy más cómodo cuando nos perdemos un poco en la oscuridad. Todo es más fácil cuando no te alcanza» *** Te voy a ir pasando los textos por debajo de la puerta. No tengo manera de pasarlos por debajo de la puerta sin tocarte timbre, sin avisarte que llegué. Los voy a tener que meter en un sobre con tu nombre y tirarlos en el palier de tu edificio o en el buzón, si es que hay, nunca me fijé y ahora no me acuerdo. Me voy a tener que conformar con dejarlos en la planta baja y esperar que nadie los agarre antes que vos. Te voy a ir contando cosas y punto. Todavía no sé cuáles. No vamos a hablar del tema. Cuando nos veamos, lo que pase en estos textos no va a estar entre nosotros. Vamos a tener que hacerlo invisible. La historia, si es que hay una historia, una relación entre un texto y otro, va a existir sólo en estos papeles, no la vamos a interrumpir con comentarios y discusiones. Todavía no sé de qué se van a tratar, qué van a decir, pero en alguna parte va a aparecer este párrafo: 10