EL CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA El coronel no tiene quien le es - Gabriel Garcia M | Page 8
El coronel destapó el tarro del café y comprobó que no había más de una
cucharadita. Retiró la olla del fogón, vertió la mitad del agua en el piso de tierra,
y con un cuchillo raspó el interior del tarro sobre la olla hasta cuando se
desprendieron las últimas raspaduras del polvo de café revueltas con óxido de
lata.
Mientras esperaba a que hirviera la infusión, sentado junto a la hornilla de
barro cocido en una actitud de confiada e inocente expectativa, el coronel
experimentó la sensación de que nacían hongos y lirios venenosos en sus tripas.
Era octubre. Una mañana difícil de sortear, aun para un hombre como él que
había sobrevivido a tantas mañanas como ésa. Durante cincuenta y seis años —
desde cuando terminó la última guerra civil— el coronel no había hecho nada
distinto de esperar. Octubre era una de las pocas cosas que llegaban.
Su esposa levantó el mosquitero cuando lo vio entrar al dormitorio con el
café. Esa noche había sufrido una crisis de asma y ahora atravesaba por un
estado de sopor. Pero se incorporó para recibir la taza.
—Y tú —dijo.
—Ya tomé —mintió el coronel—. Todavía quedaba una cucharada grande.
En ese momento empezaron los dobles. El coronel se había olvidado del
entierro. Mientras su esposa tomaba el café, descolgó la hamaca en un extremo
y la enrolló en el otro, detrás de la puerta. La mujer pensó en el muerto.
—Nació en 1922 —dijo—. Exactamente un mes después de nuestro hijo. El
siete de abril.
Siguió sorbiendo el café en las pausas de su respiración pedregosa. Era una
mujer construida apenas en cartílagos blancos sobre una espina dorsal arqueada
e inflexible. Los trastornos respiratorios la obligaban a preguntar afirmando.
Cuando terminó el café todavía estaba pensando en el muerto.
« Debe ser horrible estar enterrado en octubre» , dijo. Pero su marido no le
puso atención. Abrió la ventana. Octubre se había instalado en el patio.
Contemplando la vegetación que reventaba en verdes intensos, las minúsculas
tiendas de las lombrices en el barro, el coronel volvió a sentir el mes aciago en
los intestinos.
—Tengo los huesos húmedos —dijo.