EL BOLCHEVISMO DE MOISÉS A LENIN - DITRICH ECKART EL BOLCHEVISMO DE MOISÉS A LENIN - DITRICH ECKART | Page 49

acabado sus deberes derruyendo la Rusia zarista. Y ahora tocaba el turno de derruirle a él mismo. Con los desfalcos económicos perpetrados por las compañías judías implicadas en negocios de guerra ya había sido consumado el trabajo preliminar. El resto es silencio. El judío hizo y deshizo también en Alemania, a la vista de todo el mundo. ¡Ah, los trabajadores! ¡mira que dejar que les llevaran al huerto así! Las cosas tienen un aspecto muy distinto a ese que imaginan en medio de sus arrobos las cabezas sin adiestrar. El Partido Comunista no llega a tener en Alemania ni 250.000 miembros; en cambio posee más de 50 publicaciones. Es imposible calcular lo que cuestan, los millones y millones amontonados. ¿Quién paga estas inmensas sumas? Nosotros, los nacionalsocialistas, nos las vemos y nos las deseamos ya sólo para poder sacar adelante la única que tenemos, nuestro “Beobachter”. Si le dorásemos la píldora a los judíos, tendríamos en el más breve plazo la tira, pero la tira de publicaciones de l Partido. ¿Hay algún “camarada proletario” que se atreva a ponerlo en duda? Si lo hay, quisiera conocerlo. ¿Y sabes lo más increíble? Que los trabajadores saben que el judío se oculta detrás de todo, pero hacen como si no estuviera presente en absoluto. ¿Sigue siendo esta una actitud honesta por su parte? ¿Merece tener un resultado feliz? Dirigirse hacia la catástrofe sin ser consciente de ello...bueno, puede pasar; pero hacerlo deliberadamente, decantándose a favor del más acérrimo enemigo de uno mismo, es ya como para ponerse a aullar». «Ya me gustaría saber lo que dirían los camaradas proletarios si se les probara punto por punto que los junkers (propietarios prusianos) o los magnates industriales poseen desde hace equis tiempo una doctrina moral secreta de la más abominable índole. La ira que les asaltaría sería inimaginable. “Por fin lo tenemos –rugirían al unísono; ¡con semejantes principios, cómo no iban a cebarse en nuestro tormento! ¡Resulta inconcebible que pueda haber una naturaleza tan vil como la que esto presupone! ¡Tendríamos que haber exterminado ya desde mucho antes a toda esta casta!. Así es como gritarían, como auténticos posesos, y con toda razón. Pero si se les muestra que en las leyes religiosas de los judíos figura, y ni mucho menos sólo con alcance privado, una serie de preceptos encaminados al expolio y matanza de todos los gentiles que pone los pelos de punta, entonces ello les resbala sin más. O combaten este extremo o, si ya no les es posible hacerlo, dicen que la mayoría de los judíos hace ya mucho que han dejado de ser religiosos, y dejan por las buenas de ocuparse más del asunto. Cuando se trata de los judíos, no se les ocurre tomar su carácter como causa de la bajeza de esos escritos; para ellos es y sigue siendo digno de todos los honores. Ni se inmutan por el hecho de que hasta ahora ni un solo de sus cabecillas judíos haya aludido jamás con la menor sílaba a los criterios totalmente traidores al pueblo propios del judaísmo». «Ahora viene lo mejor» –dijo Hitler. «Todas, lo que se dice todas las injusticias sociales de alguna significación que hay en el mundo, pueden ser retrotraídas hasta el influjo soterrado que ejerce el judío. Así que por ende los trabajadores buscan sobrepujar con la ayuda del judío aquello que ningún otro más que el mismo judío ha introducido como meta consciente. No cuesta trabajo imaginar lo solícito que éste va a ser a la hora de facilitarles llegar a tal meta». «¡Mira si no al casto José!» –repuse yo. «Su ascendiente sobre el Faraón condujo a los egipcios a la más terrorífica de las miserias, de la que 47