El Asegurador Mayo 31, 2020. | Page 16

16 Ciudad de México / Mayo 31, 2020. LOS NÚMEROS CUENTAN Antonio Contreras [email protected] El maestro El 15 de mayo fue el Día del Maestro, y la ocasión me hizo recordar a aquellos docentes que cambiaron mi vida, tanto dentro como fuera de las aulas. En ésas estaba cuando me di cuenta de que en las circunstancias actuales de confinamiento se ha hecho presente, como un gran maestro, el nuevo virus coronado llamado SARS-CoV-2. El virus que paralizó al mundo entero, nacido o no en China, convertido en pandemia por obra y gracia de la globalidad y el aglomeramiento de los más de 7000 millones de seres humanos, tomó por sorpresa a chinos, españoles, italianos e ingleses, estadounidenses, mexicanos y brasileños. El microbio no tiene ganas de detenerse, y seguimos esperando el pico que anuncia una y otra vez López-Gatell. No nos confiamos, pues, cuando regresemos a las oficinas y a las escuelas, la COVID 19 nos estará esperando para iniciar una nueva escalada de contagios. Tendremos que aprender a vivir con el bicho, pues. Y, sin querer, la pandemia ocupó un lugar inesperado. Forzados por el encierro, modificamos hábitos y costumbres considerados como “normales” hasta hace poco. Ya cocinamos, hacemos las camas, convivimos con nuestros hijos de tiempo completo y redescubrimos el olvidado arte de la conversación en familia. Ni se diga de pagos en línea, trabajo sin papel, conferencias y llamadas mediante diferentes plataformas; todo ello maneras nuevas de hacer las cosas para no perder la alta productividad que tanto nos enorgullece. Al principio, las ventajas y desventajas inmediatas de nuestra nueva condición nos llegaron sin planearlas ni pedirlas: nos empezamos a levantar más tarde al no tener que transportarnos a una oficina; algunos continuamos con el baño diario y otros no, y la mayoría cambió traje y corbata o vestido por un pantalón de mezclilla y una camisa cómoda. Por otra parte, tuvimos que adaptarnos a permanecer encerrados, al principio con dificultad y alguna rebeldía, y después con resignación. La escasa convivencia con nuestros seres queridos puso en peligro muchos vínculos, forzados a reconocernos en los largos ratos de aislamiento que han sustituido a los saludos, los abrazos y el apretón de manos, y en el breve intercambio en la cena, con el celular a un lado. No es lo mismo a ratos y de buenas que todo el tiempo y medio frustrados. Alguna discusión seguramente ha habido y la incomodidad por tener que compartir el reducido espacio de nuestra vivienda urbana. Pasamos del te vas en la mañana, no vienes a comer y nos vemos en la noche a la convivencia permanente, de 24 horas siete días. Y también hubo, seguro, alguna ruptura, producto del nunca pensé que fueras así, es decir, no te conocía bien… hasta que nos confinamos. Dejar de ver a nuestros colegas fue una experiencia que en la mayoría de los casos pasó inadvertida, a excepción, claro, de aquellos en los que ciertos lazos personales predominaban. También hubo alivio por no tener que soportar ocho horas diarias al pesado de Godínez, con sus chistes repetidos, su mala vibra y su grilla para quedarse con nuestro puesto. En la oficina convivimos entonces con personas a quienes sólo nos une la circunstancia temporal de un lugar de trabajo y algunas actividades comunes, por más que hagamos fiestas anuales y pasteles de cumpleaños. Cuando alguien se va o nosotros nos cambiamos de aparador, descubrimos lo efímero de esas amistades, salvo muy contadas ocasiones. El maestro SARS-CoV-2 entonces puso en claro que pasamos más de ocho horas diarias con personas que ni nos van ni nos vienen; y a quienes consideramos cercanos los tenemos limitados a la fugaz interacción de algunos minutos, y algo más en fin de semana… claro, si el golf, el tenis, el internet, las redes sociales o la televisión nos lo permiten. Sin Liga BBVA, Champions, Roland Garros, NBA y demás, nos hemos refugiado en lecturas y juegos de mesa, saturadas las plataformas de películas que no soltábamos durante los primeros días. Más convivencia y actividades más divertidas; hacemos más y vemos menos. Ahora resulta que mejoramos; y, ya adaptados al difícil carácter de Carlos y a la volubilidad de Viridiana, nos sentimos más cerca, discutimos con mayor espíritu deportivo y nos reímos, nos reímos y así nos quedamos. ¿Entonces más es menos y menos es más? #Opinión El maestro Virus también nos enseñó la necesidad inevitable de interactuar con personas, cuando parecía suficiente interactuar con una máquina, una nube o el internet. Y creemos que debe ser así por lo menos para averiguar si los otros están sanos y por supuesto para ponernos de acuerdo en cómo proceder para evitar la propagación del contagio y la agudización de la pandemia. El maestro Virus Coronado también está marcando una tendencia irreversible en varios aspectos. Ya no es necesario ir a una oficina para trabajar; con los avances de la tecnología, que ya estaban ahí, dimos un salto de 10 años hacia adelante, empujados por la necesidad, para reconocer la realidad: no estamos atados a la silla. Por supuesto, queda el factor humano, pues quien no sepa autogestionarse y lograr el resultado sin chicote seguirá condenado a ser caballo que solo engorda bajo el ojo del amo. Las videollamadas y las videoconferencias son casi presenciales. Escuchamos y decimos mucho sobre la importancia del lenguaje corporal y el contexto para entender el verdadero mensaje de un interlocutor cualquiera. Todos hemos escuchado eso de “el contenido es sólo 30 por ciento del mensaje”. La realidad es que existen algunas plataformas a las que únicamente les falta que las imágenes sean en tercera dimensión. Los Supersónicos, serie animada de los años sesenta, muestra avances fantásticos que hoy son una realidad, como la videollamada, la tablet, el teléfono portátil “inteligente”, los drones, aspiradoras robot y otros. Seguramente en pocos años será una realidad el holograma tridimensional de una persona que se encuentre lejos, como se ve en las películas de La Guerra de las Galaxias. Los seguros también se transformarán. Con el trabajo en casa, el seguro de Auto estaría condenado a desaparecer, o por lo menos se reduciría sensiblemente. El seguro de Gastos Médicos se complicaría, pues la inmovilidad acentuaría nuestros padecimientos de obesidad, diabetes e hipertensión, aunque los accidentes disminuirían con la menor exposición. El seguro de Vida tendría modificaciones en sus tablas de mortalidad. Habrá más eventos por enfermedad, y menos por eventos violentos o accidentes. El seguro de Casa Habitación no sufriría cambios importantes, pues a los incendios, los temblores y los fenómenos hidrometeorológicos les importa poco la presencia de un virus. Claro que las casas nunca estarían solas, y esa mayor vigilancia disminuiría frecuencia y severidad de daños causados por el hombre. Sin duda, tampoco los seguros volverán a ser los mismos después de la COVID 19. La enseñanza más clara del maestro Virus ha sido, sin embargo, la llamada de atención hacia temas de responsabilidad social. Al estar más tiempo en casa, en contacto directo con el proceso de preparación de la comida, algo de lo que habitualmente hacemos caso omiso como clientes asiduos que somos de restaurantes y cafeterías cercanos a nuestro lugar de trabajo, seguramente nos hemos percatado de la cantidad de basura que generamos, la enorme masa de empaques de plástico, cartón, tetrapaks, frascos, pet, aluminio y otros. La orgánica, por otra parte, nos muestra la imperdonable cantidad de comida que desperdiciamos. Ya no nos dan bolsas de plástico en el supermercado, a lo cual nos hemos acostumbrado rápidamente y más fácil de lo que esperábamos; ahora nos falta preparar más fruta y comprar menos jugos; comprar cereal a granel y menos fécula en bolsas de celofán y cajas de cartón; menos leche (que como adultos ya no necesitamos) y menos refrescos.