Mockus cuando en una sesión del Senado tuvo que
recurrir a su viejo truco de bajarse los pantalones
para lograr la atención de sus colegas. Creo que
ni la blancura de las nalgas del, ese sí, honorable
congresista (en todo el sentido de la palabra) fue
suficiente para acallar a algunos de los “payasos de
poca monta” que hacen parte de ese circo, para uti-
lizar las palabras de un distinguido senador al re-
ferirse a otro menos distinguido que prendió fuego
a una bandera de los Estados Unidos, en medio de
una sesión hace ya muchos años (los lectores más
veteranos sabrán a quienes hago referencia). Ante
tanta indisciplina, no es de extrañar porqué en este
país muchas veces no haya tiempo para someter a
un ordenado, respetuoso y profundo debate demo-
crático los proyectos de ley que servirán de marco
al desarrollo de nuestra nación, y que frecuente-
mente las iniciativas legislativas sean votadas “a
pupitrazo” cuando los tiempos se agotan.
Quise entonces reflexionar un poco sobre qué
significa ser senador, para referirme solamente a
los que gozan de esa alta investidura en la cámara
alta. La palabra “senador” viene del latín senatus
(senex – viejo, y atus, sufijo que en castellano equi-
vale a ado). En la Roma antigua el senado era un
consejo de ancianos, sabios, venerables y respeta-
bles, que decidían sobre los altos destinos del esta-
do. No pretendo con esto decir que los senadores
romanos eran un dechado de virtudes, pero sí que
la distinción de “senador” debería corresponder a
aquellos ciudadanos que son un modelo para los
coterráneos que los eligieron para tan altos desig-
nios. Tampoco creo que al senado solo deban llegar
los octogenarios. El Diccionario de la Real Acade-
mia de la Lengua Española define la palabra “ho-
norable” como digno de ser honrado y acatado.
Otras definiciones hacen referencia a personas es-
timables, respetables y venerables. Dejo a su con-
sideración, amable lector, si algunos de nuestros
congresistas dan la talla para ser llamados “Hono-
rable Representante” u “Honorable Senador”.
Al estadista inglés Sir Winston Churchill se
atribuye la sentencia de que los pueblos se mere-
cen a sus gobernantes. El llamado es a que los co-
lombianos debemos tomar mucho más en serio la
decisión de elegir a los que van a definir el rumbo
de nuestra nación y a evaluar la gestión de estos,
una vez elegidos. Por eso me parece importante
apoyar la valiente iniciativa “Trabajen Vagos”
(www.trabajenvagos.com) de la periodista Ca-
therine Juvinao, quien lidera una acción ciuda-
dana para destituir a los treinta congresistas con
mayores índices de ausentismo en el Congreso.
Si no le ponemos orden a los que nos gobiernan
seguiremos siendo el reflejo de una clase política
incompetente que puede conducirnos, ahí sí, a ser
un país inviable.