Sobrevivieron entonces inflación y
devaluación; desplome de la
producción agrícola, industrial y
minera; cierre de establecimientos
mercantiles y fábricas, y carencia de
materias primas e insumos. Con ello
vinieron también el desempleo y la
fuga de capitales, así como
insuficiencia,
acaparamiento
y
mercado negro de productos.
Adicionalmente la guerra civil
destruyo e hizo inseguras vías férreas
y
caminos,
dificultando
la
comunicación y el comercio entre las
diferentes regiones del territorio.
Mientras, a nivel social, se acentúo la
pobreza, bajando aún mas la calidad
de vida de las mayorías hasta niveles
de hambre, mendicidad y migración
masivas, debido a la carestía y a la
escasez de alimentos y de otros
satisfactores.
En medio de las causas y efectos del
caos nacional, el presidente
Venustiano Carranza (1917-1920) se
alzó
con
un
proyecto
de
recomposición política y económica
basado en una nueva Constitución
pero distante de las reivindicaciones
sociales del resto de los caudillos
revolucionarios. Superaba al régimen
Porfirista, pero sin alterar su
estructura clasista; acercándose a los
grandes comerciantes, industriales y
terratenientes, a muchos de los
cuales- para conseguir su apoyo
financiero-les devolvió propiedades
confiscadas, además de favorecer
con algunas a sus allegados. A las
clases
populares,
motivo
y
participantes decisivos en el proceso
revolucionario, solo les otorgo ciertos
derechos a favor de obreros y
campesinos consignados en la carta
Magna.
Concluida la etapa armada del movimiento, como explica Jorge Basurto,
especialista del Instituto de Investigaciones Sociales a la UNAM, “la paz no
trajo consecuencias inmediatas; todas las medidas tardaron en dar frutos.
Las causas y efectos de la crisis fueron tales que no terminaron con el fin de
las hostilidades, los constitucionalistas; habrían de pasar varios meses,
incluso años, antes de que la sociedad lograra regresar a los niveles
económicos, productivos y financieros anteriores a la Revolución.!.
Esto último se consiguió en el curso de la década de los veinte, una etapa de
relativa estabilidad propicia para la denominada reconstrucción nacional,
cuando la minería, la agricultura y la industria fueron recuperando sus
niveles, al igual que las exportaciones. Surgió el sector de la energía
hidráulica, desplazando al vapor en la generación de electricidad. Además,
con el declive del ferrocarril y el auge de los vehículos automotores para el
transporte de carga y pasajeros, se impulso la construcción de la
infraestructura carretera. Asimismo se estimularon las telecomunicaciones,
con la participación de capitales externos ya fuera en calidad de préstamo o
inversión.