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El profesor debe seguir y enseñarlo, el mensaje contenido en la anécdota de Groucho Marx: “A mí -dijo- la televisión me resulta sumamente educativa. Cada vez que alguien pone a funcionar la tele, yo me voy a otra habitación y leo un buen libro’. Y, de veras, si a la UNAM se le considera una universidad de ‘masas”, por la composición y la enormidad de su población, sería

lamentable hacerla asimismo “de masas por la pseudocultura de masas que ahí se transmitiera.

Tampoco se puede eludir un tema de geografía o de historia para hablar de los asuntos privados, sin que medie relación alguna con la lección; ni de los públicos, sin que venga al caso, ni siquiera de los propios del plantel, sin la debida oportunidad. Tales serían actitudes y conductas zafias, que sólo recordarían con simpatía los ex-alumnos lerdos; conductas y actitudes que no quedan incluidas dentro de la emotividad didáctica, pero sí dentro del egocentrismo y la tontería.

La crítica social y la universitaria, así como la vida privada, tienen otros momentos y otros espacios y casi nunca los espacios y momentos de la cátedra.

Recuerdo a un profesor de Geografía en la Preparatoria que invariablemente hablaba de sí mismo, más que de su materia, en el aula. A quienes no interesaba la clase, ni el estudio, les parecía bien que lo hiciera, pues funcionaba como estar fuera del salón, escuchando a un viejo que cuenta cosas;

demás, nos fastidiaba pues sentíamos como una pérdida de nuestro tiempo los relatos que no sólo carecían de afinidad con los temas a tratar, tampoco resellaban proezas culturales, anécdotas de juventud durante el disfrute de una beca en el extranjero, hechos sucedidos en un congreso, o cosas parecidas, propias de la vida cultural y universitaria. Nada de eso. El profesor se refería a su cotidianidad doméstica, con su mujer y sus hijos. Esto no puede ser y es. Y yo no puedo olvidarlo, de la misma manera que no se olvida a un gran maestro. En sus Cartas Literarias9 Juan Ramón Jiménez dice así: “No conozco caso de vanagloria como el de J.G. Amigos míos, que lo han oído en sus cátedras universitarias, desde la de la Universidad de Santander hasta las últimas de Estados Unidos, me cuentan que -hay que oírlo hablar de sí mismo’. Esto lo escribe Juan Ramón el 23 de enero de 1954, desde la Universidad de Puerto Rico, y lo escribe nada menos que del gran poeta Jorge Guillén (J.G.), y si Guillén mereció la reconvención de Juan Ramón, un mal profesor de geografía por supuesto que también la merece, aunque sea por quien aquí escribe. 9 Juan Ramón Jiménez, Cartas Literarias, Ed. Bruguera, la cd., Barcelona, Espafia,

1977, p. 332.

Rigor y Sentimiento en la catedra José Castillo Farreras

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