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AÍCES
DE NIHON
Yesid Montaño cocinero Bogotano, de comida oriental, actual residente en Pereira
desde hace 3 años, abre su alma y corazón para narrar el creciente recorrido de su
profesión a través de los años y cambios culturales
El olor a soya hacía un re-
corrido por mi organismo
desde la entrada.
Sensación de recuerdo,
hambre, náuseas, sed, ago-
tamiento, paz. Tanta con-
fusión rodeada de tran-
quilidad. Colores cálidos.
Imponentes. Sosiego en
esa silla color cobre, muy
suave, muy fría, donde mis
manos inquietas jugaban
con un servilletero rojo y
negro en espera de él.
Trece años. Muere mi pa-
dre. El hombre de la casa.
Hermano menor. “Me creía
el todero de la casa”,
Yesid pensaba que todo es-
taba en sus manos, tras la
muerte de padre, busca
tomar las riendas del hogar
y ver por su madre y her-
mano mayor, con la ilusión
de ver el mundo igual de
atractivo, suave y sereno
que era en el momento. Po-
día ser un Yamata, un dra-
gón rojo, como el de la pa-
red, justo sobre su cabeza
que logró desviar mi aten-
ción de lo que Yesid decía.
Eco. Curiosidad. Pensa-
mientos volátiles. Una fina
barra roja muy alta. Vino
oscuro. Costoso.
Empolvado. Un cum-
pleaños.
Muchas
personas. Globos
azules. Gentile-
za. Claridad.
Vuelvo en sí.
“No quiero es-
tudiar más”,
sus ojos en
vidrios rotos,
siento
una
descarga.
Suelto el aire
y lo único que
digo es “solo son
13 años…”, consien-
te de esto Yesid aga-
cha su cabeza, con la
mano en el mentón comien-
za a describirme la trave-
sía y el agotamiento que
causa buscar traba jo en
Bogotá durante el día, con-
tando con una experiencia
de bachillerato a medias
y un largo recorrido en la
calle y las groserías, como
me lo manifestaba mien-
tras reía y miraba hacia el
techo con un sentimiento
débil pero feliz.
E
SE BAR
Estudiar en la noche y lavar
vasos en el día eran el pa-
satiempo diario de un niño
con 13 años, después de
muchos rechazos. Ese bar,
esos vasos, esa noche, ese
momento y ese japonés
que
l l e -
ga dos años
depués a la vida de Yesid lo
cambiaron todo.
Sus manos se agitan con
su respiración y comien-
zan a moverse más sobre
la mesa, como si viniera
algo muy fuerte, muy pal-
pable, muy importante. “No
sé si le caí bien o mal”, en-
tre cejas fruncidas y gestos
confusos, Yesid expresaba
que era difícil interactuar
con este persona je ya que
era muy poco lo que le po-
día decir en español, pero
entre todo este rollo había
algo claro y eran las pala-
bras que un día el maestro
Itame le dijo “estás en la
edad perfecta para apren-
der a cocinar”.
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