Muerte
Tal como había predicho Don Bosco, la salud de Domingo empezó a empeorar. En febrero de 1857 tuvo fortísimos accesos de tos que le obligaron a guardar cama durante semanas. El domingo 1 de marzo fue enviado de vuelta a la casa de sus padres, en Mondonio. Un médico diagnosticó que padecía de algún tipo de inflamación en los pulmones y decidió sangrarlo, según se acostumbraba en aquella época. Presumiblemente se trataba de una pulmonía, y las sangrías lo debilitaron aún más.2
En los primeros días de marzo de 1857, Domingo recibió a pedido suyo la unción de los enfermos; al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que recitara las oraciones por los agonizantes. A las diez de la noche trató de incorporarse y terminó por murmurar en tono gozoso, según testimonio del propio Don Bosco:
¡Qué maravilla estoy viendo!2
Esas fueron sus últimas palabras.
Altar dedicado a Domingo Savio en el interior de la Basílica de María Auxiliadora, en Turín. Bajo el altar se encuentra la urna dorada que guarda sus restos.
Fue sepultado el miércoles 11 de marzo y sus restos permanecieron en la capilla del cementerio de Mondonio. En 1914, el obispo de Turín ordenó que los restos fueran trasladados a la ciudad episcopal, pero los campesinos de Mondonio se negaron a perder a su santo y empezaron a turnarse día y noche para evitar el traslado.
En octubre de 1914, la Iglesia pidió a las autoridades civiles de Mondonio que intervinieran y los huesos de Savio fueron llevados a la Basílica de María Auxiliadora de Turín.