ENCUENTRO CON DON BOSCO
El 2 de octubre de aquel año Domingo se encontró por primera vez con Juan Bosco en I Becchi, junto a la casa natal del educador, y el 29 de octubre de 1854 entró en el oratorio de Valdocco de Turín para completar los estudios, en particular el del latín.
Seis meses después, tras un sermón del padre Bosco acerca de la austeridad y el sacrificio, donde remarcaba que cuando uno se sentía oprimido por alguna calamidad o molestia del cuerpo había que ofrecérselo a la Virgen, Domingo renovó sus votos realizados con ocasión de su primera comunión ante el altar de María en el oratorio. El niño consideró que este sería el medio más adecuado para llegar a la más alta perfección y en ese momento se propuso convertirse en santo.
Domingo comenzó a realizar austeridades de todo tipo, como consumir sólo la mitad de su ración de comida, dormir menos tiempo y rezar más. Sentía gran devoción por la Virgen María, llegando a permanecer más de cinco horas diarias rezando. Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una sábana.
—¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una pulmonía!
—No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.
para llegar a la más alta perfección y en ese momento se propuso convertirse en santo.
Domingo comenzó a realizar austeridades de todo tipo, como consumir sólo la mitad de su ración de comida, dormir menos tiempo y rezar más. Sentía gran devoción por la Virgen María, llegando a permanecer más de cinco horas diarias rezando. Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una sábana.
—¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una pulmonía!
—No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.
Desde entonces Don Bosco le prohibió formalmente hacer penitencia alguna sin su permiso. Domingo se entristeció, pero Juan Bosco insistió en que debía jugar alegremente con sus compañeros. Desde aquel momento hasta su muerte, Domingo unió la piedad con una alegría serena que gustaba a Don Bosco, dedicándose con mayor celo a los compañeros marginados por otros y a aquellos que enfermaban.
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