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El español sin acento y fluido de una parte de su población. La hospitalidad que no busca recompensas; solo el que te sientas una parte de ellos. Esto es Marruecos, a la sombra del Atlas, bajo la luz de las arenas doradas, donde la tierra y las casas tienen el mismo color.
Del desierto vamos hacia otro vergel, bosques de cedros habitados por monos, hermosos manzanales y viñedos para saborear durante el trayecto exquisitos corderos, naranjas y los dátiles más jugosos
Té y más té.
Al atardecer llegamos a la ciudad imperial azul. Pasamos por los extramuros con modernos y hermosos chalets antes de arribar a la ciudad amurallada, a la medina con 12 puertas y sus dos mercados: el árabe y el judío, con muchos siglos de buena convivencia que nos han dejado una ciudad tan rica en maestros artesanos y en gremios.
Fantasía, madrazas prodigiosas y palacios. Trajes y chaquetas a la medida, finas y suaves pieles, hermosas alfombras. Gente por todos lados y policías vestidos de paisanos para mantener la seguridad y el orden.
Siglos de humanidad en Fez en su prodigioso zoco patrimonio de la humanidad.
Y esta es una de mis bitácoras de viaje por Marruecos. Una visita inspiradora y llena empatía, tan necesaria en tiempos presentes.