CHE GUEVARA
CARTA A LA MADRE DESDE MEXICO
(AGOSTO DE 1956)
Querida vieja:
Te escribo desde un punto cualquiera de la geografía de México, donde estoy esperando que se solucionen las cosas. El aire de libertad es, en realidad, el aire del clandestinaje, pero no importa, da un matiz de película de misterio muy interesante.
Mi salud es muy buena y mi optimismo mejor. Con respecto a tus apreciaciones sobre los libertadores veo que poco a poco, casi sin querer, vas perdiendo confianza en ellos*.
El petróleo tampoco será argentino. Las bases que tanto temían que Perón entregara, la entregaron éstos; o por lo menos harán una concesión similar. La libertad de expresión ya es un mito, sólo que cambió de mito, antes era el peronista, ahora es el libertador, los diarios que jodan a la calle [parece decir así]. Antes de las elecciones generales habrán ilegalizado al partido comunista y tratarán por todos los medios de neutralizar a Frondizi, que es lo mejor a que puede aspirar la Argentina. En fin, vieja, el panorama que veo desde aquí es desolador para el pobre movimiento obrero argentino, es decir para la mayoría de la población.
Bueno, tengo poco tiempo para escribir y no tengo ganas de gastarlo en esos temas. Aunque, en realidad, de mi vida propia tengo poco que contar ya que me la paso haciendo ejercicio y leyendo. Creo que después de estas saldré hecho un tanque en cuestiones económicas aunque me haya olvidado de tomar el pulso y auscultar (esto nunca lo hice bien). Mi camino parece diferir paulatina y firmemente de la medicina clínica, pero nunca se aleja tanto como para no echarme mis nostalgias de hospital. Aquello que les contaba del profesorado en Fisiología era mentira pero no mucho. Era mentira porque yo nunca pensaba aceptarlo, pero existía la proposición y muchas probabilidades de que me lo dieran, pues estaba mi citación y todo. De todas maneras, ahora sí pertenece al pasado. San Carlos** ha hecho una aplicada adquisición.
Del futuro no puedo hablar nada. Escribí seguido y contáme cosas de la familia que son muy refrescantes en estas latitudes.
Vieja, un gran beso de tu
hijo clandestino