FACTOR 19: SOÑANDO CON SONIDOS CLÁSICOS
Grandes producciones, tecnología al límite, procesadores que sacan
tres voces de una, pianos tocados con la guitarra, baterías hechas con
un teclado, el sentido orgánico cada vez más lejano, productos
orientados al despliegue de medios y muchas veces, exentos de alma;
los rockeros buscamos nuevas señales de identidad, que nos motiven
sin tanto efecto especial.
Con el siglo XXI, el perfil de la música y su consumo ha cambiado.
Es la reacción proporcional al estado emotivo de los músicos, en la
manera habitual del usuario final a la hora de consumir su música,
sobre todo entre los más jóvenes. Todo es más pequeño, manejable,
tiene más prestaciones y suena mejor, o al menos lo parece, o así te lo
venden; aunque eso siempre genere un debate. Y luego está la vieja
escuela, los músicos que agarran su guitarra de toda la vida, la
enchufan al cabezal y la pantalla más contundente que su economía
les permite comprar y se lanzan a la carretera con un buen puñado de
canciones sin alharacas, fabricadas directamente en el fondo del
corazón, sin pensar en modas ni galardones y la mayoría, inspiradas
en ídolos de adolescencia, en la gente que les espera de vuelta a casa,
o en la que se van encontrando por el camino.
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