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El Rey de la Luna No hace mucho gané un concurso en la radio. El premio consistía en un viaje a la Luna en un sofá volador. Como me podía llevar a quien me diese la gana (vivo o muerto), me llevé a todos mis seres queridos incluidos mis abuelos ya fallecidos y a Camilo Sesto a quien me une una peculiar historia que no explicaré ahora por que no viene a cuento. A mi la Luna me pareció un poco sosa. No hay bares ni cines ni bibliotecas. Bueno, que no hay casi nada. Lo mejor de la Luna es que desde allí ves la Tierra, que al principio parece un poco plana, pero que cuando ya la miras con más detenimiento, te das cuenta de que si, que es verdad que es redonda. Bueno, esto y la gravedad cero claro, que es muy divertida. Es como estar en un parque de atracciones, pero todo el tiempo. Aunque hay que tener cui- dado. Mi abuelo pegó un salto muy grande y tuvieron que subir los soldados de la Luna a rescatarle. En la Luna habitan soldados y un Rey. El Rey de la Luna, claro. Los soldados se aburren como ostras, porque no hay nada que hacer ni nadie que les amenace. Dice uno que una vez vinieron los americanos, pero que se fueron echando virutas. Que decían que no había McDo- nald’s ni nada y que la comida era pésima. El Rey de la Luna es un tipo serio como casi todos los reyes. Va siempre con los pies en la tierra (bueno, en la luna en este caso) porque eso allí es signo de elegancia y distinción. El Rey y los soldados estaban permanentemente aburridos hasta que este programa de radio empezó a ofrecer como premio los sofás voladores. Desde entonces hay muy buen am- biente en la Luna. Te puedes encontrar a un montón de gente, muchos de ellos famosos y conocidos. El día que estuve yo, andaban por ahí George Clooney, Mahatma Gandhi, Ryan Gosling, Marilyn Monroe, Messi, Stanley Kubrick, Santa Teresa de Jesús, los Pink Floyd, Julio Verne e Iñaqui Gabilondo, entre muchos otros. A lo lejos también pude ver a Georges Méliès. Me contaron que llegó aquí en una toma fallida de “Viaje a la luna” y que luego ya no pudo regresar. Son cosas que tiene el cine, pensé. Pobre Méliès, que vida más desgraciada… Una cosa que me llamó mucho la atención, es que en la Luna a todas las horas en punto suenan las campanas. Y los soldados miran a la Tierra gritando “¡Tierra a la vista!”. Yo creo que los de la Tierra les caemos bien, aunque escuché quejarse al Rey, de que lo nuestro es un sistema muy centralista y que desde la Tierra sólo nos acordamos de la Luna cuando hay eclipses o para ir de vacaciones cuando nos casamos.