―¿No se estarán reservando la gloria
de haber sido los promotores de una salva-
ción que tal vez no sea necesaria? ―lo atajó
el sometido, rebelándose, aunque se apre-
suró a pedir disculpas por su irrupción y a dar
seguidamente un motivo que justificara el
impulso irrefrenable al que acababa de
ceder―: Es que, a veces, cuando habla
usted, me parece que me estoy escuchando
a mí mismo.
Inopinadamente, el sochantre, que
aprovechó la nueva interrupción para echar
un trago de la petaquita que sacó de un bol-
sillo interior de su americana, no se mostró
irascible.
―¡Anda! Pues a mí, por esto último que
ha dicho, me ha parecido que estuviera ha-
blando por mí.
―¿Y quiere saber más? ―le propuso sin
darle tregua el que tantas veces se había rei-
vindicado como su sosias, desinhibido, lo cual
no debió de sentarle nada bien.
―Me está usted poniendo nervioso.
―Ah, ¿sí? Entonces igual que usted a
mí―respondió con tonillo el recriminado.
―¿Se está usted burlando de mí?
―¿Se está burlando usted de mí acaso?
―Oiga, ¿por qué no deja de repetir todo
lo que yo digo?
―Oiga, ¿por qué…?
No permitió que el otro acabara la
frase. Descargó el puño con todas sus fuer-
zas contra el rostro de su cuate, o de su eco,
ya no sabía, oyéndose un ¡crash! estremece-
dor y, seguidamente, ruido de cristales rotos.
―Mejor solo que mal acompañado ―se
dijo en voz alta Abundio, la diestra ensan-
grentada cobijada como un animalillo herido
en la concavidad de la otra mano. ―Buscó
con la mirada, girando sobre sí mismo para
abarcar un horizonte de 360º―. Pues sí que
lo he mandado lejos ―empezó a murmurar―.
Ha desaparecido como por arte de birlibirlo-
que. ―Observándose el puño―: ¡Ni el de Ma-
zinger Z! ―Extrajo del bolso interior de la
chaqueta la petaca, ribeteándose de sangre
la solapa izquierda, y después de apurar el
trago, se roció con las zurrapas los nudillos
lacerados, conteniendo un alarido de dolor―.
¡Qué asco de gente! ¡Qué asco de mundo! ¡El
mejor día ―tocándose primero la cabeza y
señalándose luego los pies― estos 162 cm de
estatura y 40 kilos de peso, fina estampa, se
quitan de la circulación para siempre!
forestal talada ya no puede absorber sea CO2
que va a ir a parar a la atmósfera, con lo que
se estaría favoreciendo, precisamente, el
cambio climático que se desea evitar? Igual
que con la utilización de biocombustibles, los
cuales generan más dióxido de carbono que
los combustibles fósiles y el diésel. ―Garga-
jeó una flema―. ¡Qué manía con querer sal-
var el planeta! De buenas a primera, ¡hala!,
se sustituyen todas las fuentes de energía
sucias por otras perfectamente limpias… ¿No
se coscan, o se hacen los tontos, es posible
que muchos de ellos no precisen ensayar en
demasía para lograr una interpretación ex-
celsa, de que para fabricar el acero de los ae-
rogeneradores y de las placas solares se
necesitan ingentes cantidades de carbón?
¿No se trataba de desterrar el carbón por ser
uno de los combustibles fósiles más contami-
nantes? ¿Nos creemos a estos impostores,
embaucadores, meapilas…? Que quieren sal-
var el mundo para legárselo inmarcesible a
las generaciones futuras… ¿Y a mí qué me
importa que el mundo se vaya a tomar por el
culo? A ellos tampoco, pero hay que entender
que viven de predicar la bondad de la especie
y la eternidad de la materia…
José María Izarra