culdbura nº 14 Culdbura nº 14 | Page 73

―Ningún ejemplo mejor de ese mile- narismo que los actos de lucha y propa- ganda contra el cambio climático protagonizados por los activistas de la cosa y, en general, por los sectores más concien- ciados de la sociedad, como se denominan ellos mismos ―dijo, en tono de apostilla, el discursante. ―Lucha sin derramamiento de sangre, y concienciados en el sentido de intoxicados, no de convencidos ―matizó el otro. ―La reducción de la superficie helada de los polos con el consiguiente aumento del nivel del mar y el desplazamiento de las zonas costeras tierra adentro, incremento de la frecuencia de fenómenos meteorológicos extremos, alteración de los flujos de circula- ción de las corrientes marinas… ―Ya. ¿Y eso no se habría producido de no darse la circunstancia del aumento de la concentración de gases de efecto inverna- dero? ¿No eran estos gases, junto con los en- tonces CFC famosos que hacían disminuir la capa de ozono, los que en los años setenta y ochenta, de acuerdo con las apreciaciones de los mismos ecologistas que hoy en día, y, si no de los mismos, de sus parientes, también apoyados por la “comunidad científica”, esta- ban haciendo que disminuyera la tempera- tura media de la atmósfera, vaticinándose una inminente edad del hielo para los albores del año 2000? ¿Cómo lo explicaban enton- ces? Por el “efecto sombrilla” de los gases de que se trata, que atemperaban los rayos so- lares que incidían sobre la atmósfera, cau- sando, lógicamente, su paulatino enfriamiento. a esta concepción del milenarismo, se si- tuaba la de un sector de la ciencia, engro- sada por gentes biempensantes, que veían en esas profecías del Apocalipsis una opor- tunidad para corregir los errores que, su- puestamente, iban a llevar a la humanidad a su extinción. Por último, estaba el milena- rismo de quienes, no creyendo en él en ab- soluto, lo utilizaban para amedrentar a la gente y doblegar su voluntad, con el callado propósito de obtener rendimiento político y económico; ese milenarismo vocero y mani- pulador que a Abundio, a los dos Abundios en realidad, le causaba asco. ―Bien traído ―reconoció el que ahora llevaba la el peso de la conversación, para retomar seguidamente el argumento princi- pal―. Cambio climático causado por el de- senfreno productivo y consumista del hombre, al decir de los ecologistas, sustan- ciado en el calentamiento de la atmósfera como consecuencia de una excesiva acumu- lación de gases de efecto invernadero. ―¿Y qué pasa, que el “efecto sombrilla” ha desaparecido por arte de magia, o qué? ―¿Y en cuánto se cifra ese calenta- miento? ―“¡Negacionista!” ―me escupirían. En la misma tesitura musical que en otra época los agentes de la Inquisición exclamaban “¡Anatema!” o “¡Sea anatema!”. ―Aquí es donde empiezan las discre- pancias. Hay fuentes que dicen que, desde el comienzo de la era industrial, la tempera- tura ha aumentado 0´6 grados de media, registrándose un aumento mayor en los polos y en el arco mediterráneo. Las hay, sin embargo, que afirman que el aumento medio ha sido de un grado; otras, de uno y medio; y las más alarmistas hablan hasta de dos. ―¿Con qué consecuencias? ―¡Ah! Pregúnteselo al colectivo ecolo- gista y a la “comunidad científica”. ―No, que ya sé la respuesta. ―Ah, ¿sí? ¿Cuál? ―¡Cómo que negacionista! En absoluto. El clima cambia. Ningún día es igual a otro. Tampoco en lo que al clima se refiere. ¿Que hasta ahora se habían podido establecer ci- clos climáticos de duración variable…? Re- cuérdense los ciclos bíblicos de los siete años: siete de vacas gordas seguidos de otros tantos de vacas flacas; los ciclos sola- res que tienen lugar aproximadamente cada once años, un ciclo de subida de la actividad