―Decían en mi pueblo que un tonto
hace a ciento si le dan lugar y tiempo. A una
actividad, se responde desde el bando con-
trario con otra, a poder ser, más estúpida.
Sinceramente, creo que la simpleza se está
propagando hoy en día según la progresión
geométrica sugerida por el refrán de marras.
No sé, pero dudo mucho que todavía queden
individuos en su sano juicio. Desde luego, si
quedara alguno, yo nunca estaría entre ellos.
Si bien, tengo que acotar, hay grados, y,
opino no he alcanzado el superlativo. Una
gran parte de la población, en cambio, sí lo
ha hecho, a juzgar por su forma de actuar.
Es lo que denota que aparente no tener más
preocupaciones que las que le quedan lejos,
muy lejos; no quiere ni oír hablar de los pro-
blemas domésticos y cotidianos, ni siquiera
de los que afectan directamente a su per-
sona; no reconocen más preocupaciones que
las universales, como el cambio climático o
la extensión efectiva de los derechos huma-
nos a los animales irracionales y a las muje-
res… ¡Dios mío! ―exclamó, golpeándose la
frente con la mano abierta, como si se hu-
biera olvidado de algo o acabara de darse
cuenta de alguna cosa de suma importan-
cia―, lo que resulta chocante es que, puesto
que reclaman el copo de los derechos huma-
nos para los animales, no exijan, paralela-
mente, que se reconozca a estos los
derechos civiles y políticos. Puestos a ser
ecuánimes… A ver, ¿por qué no va a poder
ser diputado a Cortes un animal, un perro,
un gato, una gallina, verbigracia? A propó-
sito, no creo que haya nadie que se atreva a
discutir que un perro ladrador no tendría
competencia desde la tribuna de oradores del
arco parlamentario.
―Derechos humanos, civiles y políti-
cos… hasta para las pulgas, que también son
animales. Todo bien pomposo. ¡Viva la gran-
dilocuencia! Se diría que ninguno de estos
sujetos zoófilos, ¡ole la filantropía!, tiene un
hijo tonto o delincuente, un cuñado psicó-
pata, una hermana alcohólica, un padre con
Alzhéimer, una madre imposibilitada que no
controla los esfínteres, una querida soplona,
un jefe con querencia hacia el pescado; se
diría que no conocen la enfermedad en car-
nes propias ni la incertidumbre de una espera
que no se sabe si tendrá final… Es como si
tales contrariedades, por desgracia, tan co-
munes, hubieran desaparecido por arte de
birlibirloque del diario acontecer de las per-
sonas. ¡Nada por aquí, nada por allá… et
voilà!
Cogiéndose el mentón con la mano,
cesó en su verborrea, entrecerró los ojos,
causando la impresión de que se estuviera
aguantando un retortijón de tripas.
―¡Abundio! ―lo reclamó su tocayo.
―¿Qué Abundio, yo?
―¿Hay otro acaso?
―Sí, tú.
boicotear los actos del movimiento feminista,
irrumpiendo, manguera en mano, en los lu-
gares donde se celebran.
―¡Ahí va! Es verdad… Pero yo no me
voy a llamar a mí mismo, así que…
―Bueno. En ese caso, ¿qué?
―Que estoy asqueado. La gente, ahora,
es más falsa que nunca; quizá tenga más
miedo que nunca. Perora de una manera y se
calla de otra. Eso, los que acarrean un cierto
bagaje de experiencia y conocimiento; los
que no, por lo general jóvenes universitarios,
hablan por hablar, repitiendo consignas que
les han sido transmitidas de viva voz en las
aulas y, desde cualquier PC, portátil o celular,
vía telemática, y que ellos defienden como si
se tratasen de verdades absolutas, no permi-
tiendo que nadie las ponga en duda. Los
abuelos, los padres, los hermanos mayores,
la gente con sentido común… a callar.
―Es curioso. No renunciando ellos a
nada, pretenden que los demás hagamos re-
nuncia de todo. Les gusta viajar por tierra,
mar y aire, rara vez a pie, ni por asomo na-
dando y mucho menos planeando a cuerpo
gentil. En invierno, no hacen ascos a la cale-
facción; ni en el estío, al aire acondicionado.
A la vez que se declaran “vegegas”, justifican
su afición a la comida rápida y ultraproce-
sada, nada ecológica, por falta de tiempo y