culdbura nº 14 Culdbura nº 14 | Page 71

―Decían en mi pueblo que un tonto hace a ciento si le dan lugar y tiempo. A una actividad, se responde desde el bando con- trario con otra, a poder ser, más estúpida. Sinceramente, creo que la simpleza se está propagando hoy en día según la progresión geométrica sugerida por el refrán de marras. No sé, pero dudo mucho que todavía queden individuos en su sano juicio. Desde luego, si quedara alguno, yo nunca estaría entre ellos. Si bien, tengo que acotar, hay grados, y, opino no he alcanzado el superlativo. Una gran parte de la población, en cambio, sí lo ha hecho, a juzgar por su forma de actuar. Es lo que denota que aparente no tener más preocupaciones que las que le quedan lejos, muy lejos; no quiere ni oír hablar de los pro- blemas domésticos y cotidianos, ni siquiera de los que afectan directamente a su per- sona; no reconocen más preocupaciones que las universales, como el cambio climático o la extensión efectiva de los derechos huma- nos a los animales irracionales y a las muje- res… ¡Dios mío! ―exclamó, golpeándose la frente con la mano abierta, como si se hu- biera olvidado de algo o acabara de darse cuenta de alguna cosa de suma importan- cia―, lo que resulta chocante es que, puesto que reclaman el copo de los derechos huma- nos para los animales, no exijan, paralela- mente, que se reconozca a estos los derechos civiles y políticos. Puestos a ser ecuánimes… A ver, ¿por qué no va a poder ser diputado a Cortes un animal, un perro, un gato, una gallina, verbigracia? A propó- sito, no creo que haya nadie que se atreva a discutir que un perro ladrador no tendría competencia desde la tribuna de oradores del arco parlamentario. ―Derechos humanos, civiles y políti- cos… hasta para las pulgas, que también son animales. Todo bien pomposo. ¡Viva la gran- dilocuencia! Se diría que ninguno de estos sujetos zoófilos, ¡ole la filantropía!, tiene un hijo tonto o delincuente, un cuñado psicó- pata, una hermana alcohólica, un padre con Alzhéimer, una madre imposibilitada que no controla los esfínteres, una querida soplona, un jefe con querencia hacia el pescado; se diría que no conocen la enfermedad en car- nes propias ni la incertidumbre de una espera que no se sabe si tendrá final… Es como si tales contrariedades, por desgracia, tan co- munes, hubieran desaparecido por arte de birlibirloque del diario acontecer de las per- sonas. ¡Nada por aquí, nada por allá… et voilà! Cogiéndose el mentón con la mano, cesó en su verborrea, entrecerró los ojos, causando la impresión de que se estuviera aguantando un retortijón de tripas. ―¡Abundio! ―lo reclamó su tocayo. ―¿Qué Abundio, yo? ―¿Hay otro acaso? ―Sí, tú. boicotear los actos del movimiento feminista, irrumpiendo, manguera en mano, en los lu- gares donde se celebran. ―¡Ahí va! Es verdad… Pero yo no me voy a llamar a mí mismo, así que… ―Bueno. En ese caso, ¿qué? ―Que estoy asqueado. La gente, ahora, es más falsa que nunca; quizá tenga más miedo que nunca. Perora de una manera y se calla de otra. Eso, los que acarrean un cierto bagaje de experiencia y conocimiento; los que no, por lo general jóvenes universitarios, hablan por hablar, repitiendo consignas que les han sido transmitidas de viva voz en las aulas y, desde cualquier PC, portátil o celular, vía telemática, y que ellos defienden como si se tratasen de verdades absolutas, no permi- tiendo que nadie las ponga en duda. Los abuelos, los padres, los hermanos mayores, la gente con sentido común… a callar. ―Es curioso. No renunciando ellos a nada, pretenden que los demás hagamos re- nuncia de todo. Les gusta viajar por tierra, mar y aire, rara vez a pie, ni por asomo na- dando y mucho menos planeando a cuerpo gentil. En invierno, no hacen ascos a la cale- facción; ni en el estío, al aire acondicionado. A la vez que se declaran “vegegas”, justifican su afición a la comida rápida y ultraproce- sada, nada ecológica, por falta de tiempo y