culdbura nº 14 Culdbura nº 14 | Page 69

―¿Qué sentido tiene entonces hablar de un derecho universal para hombres y mujeres, cuando, realmente, solo favorece a los menos, a los que ya gozan de una mejor situación dentro de la pirámide so- cial? ―Así engañan a las masas, reivindi- cando derechos que únicamente son para la boca de las elites. Sigue sin hacerse miel, por muy mezclada y adulterada que ahora la vendan, para la boca del asno. Abundio sonrió. ―Por cierto ―se arrancó a continua- ción―, ¿cómo se llama usted? ―Abundio ―dijo el interpelado. ―¡Cómo que Abundio! ―alzó los bra- zos el que se creía genuino, frunciendo el entrecejo―. ¡¿Me está usted tomando el pelo?! ―profirió, airado. ―¿Por qué lo dice? ―se sorprendió su homónimo. ―¡Cómo por qué…! Porque Abundio soy yo. Se tiraron tres cuartos de hora diri- miendo quién era Abundio de los dos, hasta que, echándose simultáneamente la mano a la cartera, se mostraron mutuamente el correspondiente DNI. Abundio. Abundio. Se acabó la discusión. Acto seguido, aunque sin renegar del nombre dichoso, ambos se pusieron de acuerdo en que tal nombre había sido la causa de que se mofaran de ellos cada vez que se tenían que identificar o que los identificaban, puesto que la ma- yoría de la gente lo asociaba, contraria- mente a su etimología, con la estupidez propia del protagonista del chiste que había vendido el coche para comprar gasolina. Los dos esbozaron, al punto y a la par, una mueca que recordaba difícilmente una son- risa, y, a la par, se reprocharon que la cosa no tenía ninguna gracia. ―Como no tienen ninguna gracia ―hil- vanó el Abundio primigenio― los comporta- mientos sociales hoy en día, a los mayoritarios me refiero, más seguidistas que nunca… ―Hizo un inciso―. Es lógico, el mundo se ha convertido en una aldea global como consecuencia de la inmediata difusión de la información por todos los rincones del planeta; información, no obstante, en abso- luto objetiva, sino tamizada por el filtro de lo políticamente correcto a fin de enmascarar la realidad y hacer esclavo al pensamiento in- dividual, que se manifiesta en muy raras oca- siones por el temor nada infundado a un castigo cierto. ―De ahí viene ―le tomó el relevo el otro Abundio, que parecía más alto y fuerte; quizá fuera mejor decir menos rechoncho y escuálido― que hoy todo dios sea feminista, animalista, ecologista… y que, cada vez más gente esté haciendo una profesión del acti- vismo en favor de esas grandes causas; una profesión remunerada, todo sea dicho, a cargo de las subvenciones otorgadas por los Estados y los organismos internacionales contra los cuales, muchas veces, esos acti- vistas ejercen sus protestas. Paradójico, ¿no le parece? hombres con idénticas características en el consejo de administración de una empresa. ―A algunos, para nuestra desgracia, todo nos resulta paradójico ―convino el pre- guntado―. Y, a mí por lo menos, además de paradójico, me ha resultado desternillante hasta hace poco, en que ha empezado a darme asco… y miedo, por qué no recono- cerlo. No sé a usted… ―Ídem de ídem. ―Asco hasta la náusea, por ejemplo, cuando todos los ismos agrupados en el pro- gresismo e impulsados por el feminismo se han empeñado en cambiar el lenguaje para visibilizar a las mujeres y a las hembras de los animales, a las que se hace desaparecer por imposición del hombre. Se diría que las mujeres no han contribuido a la formación del lenguaje, que han permanecido mudas, tal vez fuera más acertado decir con un can- dado en la lengua, hasta que el movimiento feminista ha venido a sacarlas del brete y en- señarlas a hablar. Y así, se ha empeñado en