culdbura nº 14 Culdbura nº 14 | Page 67

Abundio ―Pero yo nunca he reivindicado que se me discriminara positivamente, y eso que llevo toda mi vida padeciendo rechazo por mí físico, sobre todo por parte de las mujeres; últimamente, menos, porque ya no me mo- lesto en intentar siquiera entablar algún tipo de relación con ellas. Caso perdido. ―Hizo una pausa―. Bueno, no solo por mi físico; o, mejor dicho, además de por mi físico, que este siempre influye, he sido segregado por mi forma de ser, un tanto mía. No me gustan los actos institucionales, los espectáculos de ningún tipo (salvo los deportivos y los toros), las reuniones sociales, las comilonas de tra- bajo, las discotecas… así que, oiga, en cierta forma me lo he buscado yo, nunca se me ha tenido en cuenta a la hora de repartir pre- mios ni prebendas. Y me alegro, ¡coño!, de que haya sido así, porque tampoco he tenido que pagar peaje alguno a cambio. ―¿Y ese carácter tan suyo al que hace referencia le vino con los genes o ha sido una consecuencia lógica de que a usted nadie le haya mirado con buenos ojos? Abundio no se sentía a gusto en este planeta. Bien es verdad que las circunstan- cias no lo habían acompañado, no precisa- mente, o no tanto, porque hubiera nacido en el seno de una familia humilde (lo cual, hay que reconocerlo, no constituye una circuns- tancia excesivamente favorable), sino porque lo alumbraron prematuramente, sietemesino para más señas, y creció poco y de mala ma- nera. Ni las sopas de ajo ni el dedal de quina santa Catalina con que se había desayunado diariamente hasta bien entrada la pubertad habían conseguido que se desarrollara por encima de los 162 centímetros de estatura y los 40 kilos de peso. Tampoco que presentara una figura apolínea ni un rostro angelical. Todo lo contrario, tiraba a cheposo y en su cara, desde muy jovencito, se había empe- zado a insinuar ese visaje tan característico de las personas alcohólicas. ―Habrá habido de todo ―respondió Abundio, que, se revolvió de inmediato―. Pero, oiga, ¿usted quién es? ¿Con quién tengo la desgracia de estar hablando? ―¡Hombreee… desgracia! ―se dolió su interlocutor. ―Me curo en salud. Las veces que en situaciones parecidas he dicho suerte, me he arrepentido al poco tiempo. ―Carraspeó―. Pero a lo que iba… ¿Quién es usted? ¿Cómo se ha atrevido a abordarme, con la mala pinta que tengo? ―Espero que no se ofenda, pero exac- tamente esas mismas preguntas se las po- dría hacer yo a usted. ―¡Tócate los huevos, anda! ―exclamó Abundio, poniendo los ojos como platos―. Pero ¿yo lo he abordado a usted? ―preguntó retóricamente, escenificando el comienzo de una falsa carcajada. En puridad, ninguno de los dos había abordado al otro. Caminaban en sentido con-