—Es que tiene que ser ahora. Así que
postergaré la llegada de tus monjas. No te
preocupes por eso, ya sabes que puedo ha-
cerlo —le dije para que se tranquilizara y me
acompañara a tomar ese café.
Así pues, nos dirigimos al bar más cer-
cano a la caseta de información turística,
donde el detective RamonA trabaja 3 cuando
no está callejeando con algún grupo de via-
jeros, y comencé a sondearle acerca del con-
tenido del mencionado libro del que, por otro
lado, no para de decir bondades a lo largo de
mi novela.
—Oye, me llama mucho la atención el
título de ese libro que estás ahora leyendo,
algo así como “un mundo de turistas” —le co-
menté, haciéndome el despistado, ya que al
ser yo el padre creativo de mi contertulio, y
escritor del relato donde él es el protago-
nista, sabía muy bien cuál era ese título y de
qué trataba. Sin embargo, estaba también
convencido de que al conversar con él, fuera
de los diálogos propios de la novela, acabaría
por contarme cosas que allí no aparecen.
—No, no, “Planeta de turistas” —me
respondió algo ofendido, por tergiversar el
epígrafe de su apreciada lectura.
—¿Y quién es el autor? —continué inte-
rrogándole.
—Pues el interesantísimo escritor Franz
Xaver Pirismann —me contestó con un des-
lumbrante brillo en sus ojos operados de ca-
taratas 4 .
En esto que llegó el camarero y nos pe-
dimos sendos cafés, el mío con leche y el
3 Tengo que especificar que el detective RamonA se
gana la vida como guía turístico para una empresa
subcontratada por el Ayuntamiento y sólo realiza
labores de investigación privada fuera de su horario
laboral.
4 Afortunadamente mi querido personaje no se ha
dado cuenta, todavía, que si se traduce el nombre
ese, el resultado es Francisco Javier Hombrepérez,
es decir, yo. Es lo que tiene el arte onanista: yo me
lo guiso, yo me lo como.
suyo bautizado con Terry, es decir, un caraji-
llo de coñac, lo cual parece habitual en sus
jornadas laborales matutinas, ya que no pasa
un capítulo del libro en el que no esté disfru-
tando de su carajillo de coñac Terry u Os-
borne, que eso le da igual.
—Bueno, y dime, ¿qué significa lo de un
planeta de turistas? —le pregunté ya con
cierta impaciencia, no fuera que la cosa se
alargase y acabara por enviar a la redacción
de Culdbura un interminable y soporífero ar-
tículo, relato, opúsculo, o lo que quiera que
fuese.
En ese momento se presentó el cama-
rero con la comanda y se dispuso a servirla en
nuestra mesa, instante en el que dio un tras-
piés y a punto estuvo de verterle encima a mi
compañero, y querido amigo, su preciado ca-
rajillo algo que, afortunadamente, no ocurrió.
—Hombre, es que es un poco largo de
explicar —me contestó, mientras le pegaba el
primer sorbo a su pócima sagrada—. Pues re-
sulta que nuestra civilización occidental co-
menzó a obsesionarse por el sexo…
de ficción al que llevo entregado desde hace
meses.
—¿Cómo que comenzó?, será que co-
menzará, ¿no es una obra futurista? —le
apuntillé, porque ya estaba desorientado y no
habíamos ni empezado con la historia.
—Bueno, es que la novela se desarrolla
en el imaginario año de 2984, haciendo un
claro guiño a la obra de Orwell, claro está. Por
eso, todo lo que te cuento con anterioridad a
esa fecha, que es el presente de la novela, te
lo relataré como si hubiera sucedido en el pa-
sado, aunque se trate de nuestro futuro a
medio o largo plazo.
—Vale, vale —le contesté, ya más cen-
trado en el meollo del relato, y apurando len-
tamente mi café con leche, por cierto, con
muy poco café y mucha leche, algo que de-
testo profundamente.
—Pues como te iba contando, la socie-
dad occidental se fue obsesionando por el
sexo, de tal manera que luego los historiado-
res terminarían por denominar a ese periodo
como el de la “Sociedad Genitalizada”.