Planeta de turistas
(Conversaciones sobre un futuro distópico
desde un presente tópico... o no)
—Oye, perdona —le interrumpí a mi
personaje, mientras preparaba con su habi-
tual dedicación unas notas para la inmediata
visita guiada al museo—, ¿podrías tomarte
un café conmigo, si no es mucha molestia,
antes de que lleguen la monjas esas a las
que tienes que llevar al Museo de Arte Con-
temporáneo?
—Pues ya podrás perdonar, pero es que
voy fatal de tiempo —me contestó el detec-
tive RamonA 2 , mientras cogía un folleto in-
formativo del museo y anotaba cosas en sus
1 Decidí calificar así a mis novelas cuando, después
de meses intentando encontrar un color que las
representara, sólo conseguí un fuerte dolor de
cabeza. No es novela negra, no es novela rosa, no
es novela blanca ni amarilla, ni verde...¡pues
incolora, coño!
2 Lo anormal de este nombre, para un personaje
masculino, radica en la torpeza de los serigrafistas
encargados de hacerle las tarjetas de visita y la
página web, ya que al enviarse entre ellos la
información vía mensajes telefónicos, la original
versión “Ramón y Asociados. Investigación privada”,
acabó convirtiéndose en “RamonA, investigadora
privada. Ver, Acciones y digresiones de un budista
torpe, Edit. Hades, Castellón 2017.
márgenes—. Ahora mismo estoy pensando
en explicarles a las religiosas, la relación
existente entre la desaparición del arte figu-
rativo y la extensión del ateísmo (y agnosti-
cismo) en la civilización occidental, la misma
relación por la que el dodecafonismo susti-
tuyó al mundo tonal en la música. Es decir la
figura y la tonalidad como reflejos de Dios en
el arte…
Estaba yo pensando cómo poder contri-
buir al número 14 de Culdbura cuando, súbi-
tamente, fui consciente de que el personaje
principal de mis novelas incoloras 1 , se encon-
traba a punto de irse al Museo de Arte Con-
temporáneo, para enseñar y explicar su
contenido a un grupo de monjitas Merceda-
rias de la Caridad, algo que discurría en pleno
capítulo 16 de la última entrega novelesca,
aún en ciernes, titulada provisionalmente Un
esquimal en Cabrera.
—Ya, pero es que necesito hablar con-
tigo un rato —tuve que cortarle, antes de que
se excediera en su discurso estético-filosó-
fico.
—Pues elige otro momento —me con-
testó de forma algo grosera, mientras conti-
nuaba escribiendo ristras de palabras
ininteligibles a lo largo de los extremos del
folleto.
En ese momento decidí tomarme una
venganza personal de manera que, tracé un
nuevo plan literario para que cuando mi per-
sonaje llegara al Museo de Arte Contempo-
ráneo, se topase con una exposición
itinerante sobre el erotismo y la pornografía
en el arte actual, algo que le pondría en un
serio aprieto a la hora de explicarles todas
aquellas imágenes obscenas a las uniforma-
das y pacatas monjas. En cualquier caso,
también me vi en la obligación de retrasar en
la novela la llegada de las mercedarias de la
caridad, para darle a mi personaje más
tiempo y poder charlar con él acerca de un
interesante libro sobre el que lleva hablando
desde el primer capítulo de este nuevo relato