culdbura nº 14 Culdbura nº 14 | Page 57

Planeta de turistas (Conversaciones sobre un futuro distópico desde un presente tópico... o no) —Oye, perdona —le interrumpí a mi personaje, mientras preparaba con su habi- tual dedicación unas notas para la inmediata visita guiada al museo—, ¿podrías tomarte un café conmigo, si no es mucha molestia, antes de que lleguen la monjas esas a las que tienes que llevar al Museo de Arte Con- temporáneo? —Pues ya podrás perdonar, pero es que voy fatal de tiempo —me contestó el detec- tive RamonA 2 , mientras cogía un folleto in- formativo del museo y anotaba cosas en sus 1 Decidí calificar así a mis novelas cuando, después de meses intentando encontrar un color que las representara, sólo conseguí un fuerte dolor de cabeza. No es novela negra, no es novela rosa, no es novela blanca ni amarilla, ni verde...¡pues incolora, coño! 2 Lo anormal de este nombre, para un personaje masculino, radica en la torpeza de los serigrafistas encargados de hacerle las tarjetas de visita y la página web, ya que al enviarse entre ellos la información vía mensajes telefónicos, la original versión “Ramón y Asociados. Investigación privada”, acabó convirtiéndose en “RamonA, investigadora privada. Ver, Acciones y digresiones de un budista torpe, Edit. Hades, Castellón 2017. márgenes—. Ahora mismo estoy pensando en explicarles a las religiosas, la relación existente entre la desaparición del arte figu- rativo y la extensión del ateísmo (y agnosti- cismo) en la civilización occidental, la misma relación por la que el dodecafonismo susti- tuyó al mundo tonal en la música. Es decir la figura y la tonalidad como reflejos de Dios en el arte… Estaba yo pensando cómo poder contri- buir al número 14 de Culdbura cuando, súbi- tamente, fui consciente de que el personaje principal de mis novelas incoloras 1 , se encon- traba a punto de irse al Museo de Arte Con- temporáneo, para enseñar y explicar su contenido a un grupo de monjitas Merceda- rias de la Caridad, algo que discurría en pleno capítulo 16 de la última entrega novelesca, aún en ciernes, titulada provisionalmente Un esquimal en Cabrera. —Ya, pero es que necesito hablar con- tigo un rato —tuve que cortarle, antes de que se excediera en su discurso estético-filosó- fico. —Pues elige otro momento —me con- testó de forma algo grosera, mientras conti- nuaba escribiendo ristras de palabras ininteligibles a lo largo de los extremos del folleto. En ese momento decidí tomarme una venganza personal de manera que, tracé un nuevo plan literario para que cuando mi per- sonaje llegara al Museo de Arte Contempo- ráneo, se topase con una exposición itinerante sobre el erotismo y la pornografía en el arte actual, algo que le pondría en un serio aprieto a la hora de explicarles todas aquellas imágenes obscenas a las uniforma- das y pacatas monjas. En cualquier caso, también me vi en la obligación de retrasar en la novela la llegada de las mercedarias de la caridad, para darle a mi personaje más tiempo y poder charlar con él acerca de un interesante libro sobre el que lleva hablando desde el primer capítulo de este nuevo relato