culdbura nº 14 Culdbura nº 14 | Page 45

García Lorca tiene su poema colocado en un lugar preferente entre el camino y el lago. Pero, como era de esperar, siempre hay algún gamberrete zangolotino que viene a estropear el mejor de los propósitos. Aunque apenas puede leerse, eso tiene fácil arreglo: ¡Árboles! ¿Habéis sido flechas caídas del azul? ¿Qué terribles guerreros os lanzaron? ¿Han sido las estrellas? Vuestras músicas vienen del alma [de los pájaros, de los ojos de Dios, de la pasión perfecta. ¡Arboles! ¿Conocerán vuestras raíces toscas mi corazón en tierra? Como en el poema de Juan Ramón Ji- ménez, encontramos los tres mismos ele- mentos: la verticalidad, el cielo y las raíces. No puede ser casual. Los árboles saben cómo estar en el mundo, nosotros no. También lo sabe la piedra y el monte, hasta el arroyo en su movimiento conoce su inevitable alejarse. Nosotros los humanos no lo entendemos. Los animales también comprenden mejor la vida, saben su inmensidad, su inmediatez; así que no hacen jardines que acabarán siendo ruinas. El animal ―vida que no pre- gunta― no se enreda en laberintos, jardi- nes o poesías. Como para confirmarlo, vemos a lo lejos un corzo que se pasea por el desierto jardín sin hacer caso de nues- tros discursos y prédicas. Solo nos queda una última interven- ción, la firma Unamuno (1864-1936): árboles con libros. Hubo árboles antes que hubiera li- bros, y acaso cuando acaben los libros con- tinúen los árboles. Y tal vez llegue la humanidad a un grado de cultura tal que no necesite ya de libros, pero siempre ne- cesitará de árboles, y entonces abonará los