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El JARDÍN EUROPEO de Modúbar de la Emparedada Hace ya de esto bastante tiempo. Un día, por casualidad, encontré en una carretera local un letrero que decía: Jardín Europeo… Aquello era suficiente, me puse a curiosear. Simplemente eso. El jardín yacía en mitad de ningún sitio y estaba en un estado de abandono completo. El nombre pretencioso y un pequeño lago artificial eran sus únicos adornos. Sin embargo, cuánta belleza había en su abandono. El cartel de la entrada indica 2005, pero parece como si los siglos se hubieran reunido para arrumbarlo con inhóspita celeridad. Ruina era, por muy nueva que fuera, ruina con más dere- cho a ese nombre que muchas ciuda- des antiguas. La soledad reinaba entre sus caminos, apenas a unos metros de un conjunto de vi- viendas, de urbanizaciones con sus casas adosadas, y solo un poco más apartado del barrio de Cojóbar. Soledad deli- cada y firme. Aquí y allá aparecían carteles, algunos, ilegibles, otros todavía guardaban todas sus palabras. Pues palabras son y poesías. Al- guien tuvo la idea de ama- sar naturaleza y palabras. No puede haber mezcla más oportuna, pues el poeta sabe que tampoco hay mu- chos lugares de donde pue- den brotar sus versos, y uno de ellos, el más antiguo, es la naturaleza: la tierra, el paisaje, y, en este jardín, su