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F igueroa, marqueses de Santillana. Murió de setenta y nueve años, año de mil y qui- nientos”, puede leerse al pie de la escultura de doña Mencía. El conjunto es absolutamente deslumbrante. Sus tres retablos son dignos de cualquier catedral. El central, dedicado a la Purificación de la Virgen, es obra de Diego de Siloé y Felipe Vigarny. De los mismos autores es el de San Pedro, situado a la izquierda, cuyas figuras son todas santos varones. El de la derecha, dedicado a Santa Ana, es obra de Gil y Diego de Siloé y puede considerarse el testamento espiritual de Mencía de Mendoza. Todas sus imá- genes son santas y todas portan un libro, no se sabe bien si obedeciendo a un programa iconográfico determinado o a una reivindicación de la condesa, mujer culta como era y per- teneciente a una familia de literatos y bibliófilos. La rejería que separa la capilla de la girola es obra de Cristóbal de Andino, el más famoso arquitecto, escultor y orfebre de su tiempo. La sobreabundancia de escudos de la Mendoza, mayor que el de los Velasco, expresa claramente que en aquella obra quien llevó la voz cantante fue Mencía. Antes de buscar descanso para la muerte, entre los años 1476 y 1482 la condesa de Haro había buscado acomodo en vida levantando la Casa del Cordón, el palacio de los Condestables, que sería palacio real en Burgos para los Reyes Católicos y los primeros Habsburgo. De estilo gótico tardío, fue construido por los Colonia padre e hijo, Juan y Simón. Posteriormente se construirán las dobles galerías del patio. En este palacio, cuyas paredes se cubrían con una valiosa colección de tapices flamencos, se celebraría en 1497 el matrimonio del príncipe Juan con Margarita de Austria, en el que Mencía fue madrina. Allí recibieron los Reyes Católicos a Cristóbal Colón de vuelta de su segundo viaje. En él moría Felipe el Hermoso el 25 de septiembre de 1506 y a resguardo de sus muros se firmaría la incorporación de Navarra a la corona de Castilla en 1515. El palacio toma el nombre del cordón que orla su puerta principal, testimonio de la devoción de la condesa a San Francisco de Asís y a la orden franciscana, que demostrará igualmente en la construcción del santuario de San Pedro Regalado en La Aguilera. A despecho del desprendimiento franciscano que pregona su nombre, el palacio es actualmente sede de una entidad bancaria. Por si fuera poco, la misma condesa de Haro encargó construir una casa de recreo a las afueras de Burgos, conocida como Casa de la Vega. De manera que no resulta exagerado que pudiera recibir a su marido con la frase que se le atribuye: Ya tienes palacio en que morar, quinta en que holgar y capilla en que orar y te enterrar”. Mencía fue mujer “de muy pequeño cuerpo, mas muy hermoso de rostro, (…) tenía muy buena tez de rostro (…) buena boca, aunque el labio de abajo había caído un poco (…) la nariz aguileña y los ojos grandes, negros y buenos. (…) Fue muy honesta y muy bien hablada, y muy graciosa y muy buena autoridad (…) apasionada de sus opiniones (…) de buen corazón”, según descripción de su nieto. Murió en 1500. La memoria es frágil, más aún cuando atañe a las mujeres, y pocos recuerdan ya que aquel fue un tiempo en que el poder de Burgos estuvo en manos de dos mujeres, ambas de la familia Mendoza. En el ámbito civil, Mencía de Mendoza, y en el religioso, Leonor de Mendoza, hermanastra de Mencía, abadesa de las Huelgas. Si nos referimos al terreno literario es obligado recordar a Teresa de Cartagena. Escritora, humanista, pertenece al grupo de las Puellae doctae, Las niñas sabias, reunidas en la corte de Isabel la Católica. Mujeres inteligentes, cultas, brillantes, que contribuyeron