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Las mujeres en la industria, la literatura y el arte burgaleses Si se pregunta a personas ilustradas por personajes distinguidos de la vida burgalesa fácilmente nombrarán media docena de próceres, empezando por Rodrigo Díaz de Vivar, los jueces Laín Calvo y Diego Porcelos, el almirante Bonifaz, el cardenal López de Mendoza, el obispo Mauricio, y, si nos podemos modernos, el pintor Marceliano Santamaría o, según y cómo, el músico Antonio José. Como si nos halláramos ante una especie que se reproduce por esporas pocos o nadie mencionará a alguna mujer que, sobre haber vivido en la ciudad y traído hijos al mundo, fuera capaz de llevar a cabo otros hechos dignos de mención. Situémonos en la frontera de los siglos XV al XVI, el momento de mayor esplendor de la ciudad y miremos en derredor. En el trasaltar de la catedral se está construyendo una ca- pilla para servir de panteón de la familia que financia las obras: los Condestables de Castilla. El condestable, Pedro Fernández de Velasco, está ausente, dedicado a lo suyo, que es gue- rrear en nombre de los reyes ―antes Enrique IV, ahora Isabel y Fernando de Trastámara―. Es su mujer, Mencía de Mendoza y Figueroa, condesa de Haro, hija de los marqueses de Santillana, quien se encarga de gestionar el cuantioso patrimonio familiar y dirigir las obras que darán lustre a sus apellidos y a la propia ciudad. Ella es quien está detrás de dos de las joyas que, con toda razón, enorgullecen a la ciudad: la capilla de la catedral y la Casa del Cordón. La capilla está adosada a la girola de la catedral. Mencía negocia con el cabildo cate- dralicio las condiciones de su construcción, que se prolongará entre los años 1482 y 1496. “Nos, el Condestable de Castilla, don Pedro Fernández de Velasco, Conde de Haro, y yo, la Condesa doña Mençía de Mendoça, su mujer, mandamos facer e edificar, e edificamos, una capilla en la iglesia de Burgos ”, reza el acta fundacional. El condestable ni siquiera llegó a ver terminadas las obras pues falleció en 1492. Mencía de Mendoza tiene que litigar con su hijo para garantizar los recursos que permitan llevar a cabo el proyecto cuando el heredero acusa a su madre de que sus mecenazgos ponen en riesgo la fortuna familiar. Efectivamente, en la capilla no se escatimaron gastos. Se contrataron a las primeras figuras artísticas del momento. Allí trabajaron los Siloé padre e hijo, Felipe de Vigarny, autor de las esculturas de los condestables con la colaboración de Juan de Lugano, escultor del corpiño de la condesa y de los grutescos de la armadura del condestable. “Aquí yace la mujer y señora doña Mencía de Mendoza, condesa de Haro, mujer del condestable don Pedro Fernández de Velasco, hija de don Íñigo López de Mendoza y de doña Catalina de