vida cultural de las ciudades grandes, pequeñas, medianas, pueblos, que muchas veces no
están (algunos/as podríamos decir que nunca), que casi nunca te devuelven la llamada
(algunos/as sí, todo hay que decirlo), que no responden a los emails (de hecho, ni ponen la
opción automática que te da cualquier servidor de email de “correo recibido”, con la que
quedarían muy bien y nosotros nos daríamos, o por lo menos yo, con un canto en los dientes).
Para mí esto es lo más difícil, lo menos agradecido. Soy artista y lo de vender un producto
es difícil, muy difícil. Po eso, las horas y horas que hay que pasar sentada en una silla y delante
del ordenador es mayor en muchas ocasiones que las horas de ensayo y de actuaciones. Esto
es lo que no se suele ver. A mí me cuesta mogollón, y se te cae el alma a los pies cuando un
programador te cuestiona el caché de tu espectáculo y tienes que empezar a desglosarle punto
por punto el gasto que supone hacer una actuación… impuestos, seguridad social, seguros,
horas de ensayo, horas de oficina… Eso que hacemos cada día durante horas, y que no
cobramos en nómina como el resto de los mortales, lo metemos en nuestro caché. Cuando te
encuentras con alguien que se supone que gestiona la cultura de este país y que no entiende
que se haga así, intentando desligar el espectáculo de su preparación para escatimar unas
monedas, te dan ganas de dejarlo todo.
Pero dejemos la oficina a un lado… Hablemos del momento creativo. Un artista está
creando constantemente (eso pienso yo, o me pasa a mí): todo lo que ve, todo lo que le rodea
puede despertarle una idea… de cambio, de transformación, de aprendizaje. Las cosas te dicen
algo, cobran vida en tus manos, en tu cabeza.
Para mí, estar en periodo de Creación es la parte más maravillosa de este trabajo. Son
meses, días, horas en la que todo tu universo gira en torno al espectáculo que estás creando,
a la idea que quieres transmitir, al mensaje que quieres que llegue, que es el que te revuelve
por dentro, a las técnicas que vas a utilizar; son muchas las variables que te rondan la cabeza
constantemente: la música que vas a poner, los juegos con los objetos, el vestuario, la
escenografía, la puesta en escena, el lenguaje (gestual, verbal, gráfico), los toques
humorísticos, los revulsivos para hacer salir de la zona de confort en busca de nuevos
lugares… Son meses de pensar, de hacer pruebas hasta que todo va encontrando su forma y
se va asentando… La energía que requiere todo este proceso es difícil de explicar. Cuando
terminas el proceso de creación… pares el espectáculo que has estado gestando durante meses
y la emoción es máxima.
Y aquí es donde viene la última parte, la maravillosa droga que es subirse o plantarse en
un escenario y transitar: La Escena.
La sabia y querida amiga Virginia Imaz decía en una de sus clases que la gente que está
en el camino de buscar su Payaso o Payasa no es gente normal, algo en lo que estoy de
acuerdo, “es gente que tiene un gran ego que necesita alimentar”. Lo conseguimos cuando
estamos en escena y sentimos el inmenso placer de ser mirados, de ser el centro de atención
del pequeño universo formado conjuntamente con los espectadores.
Es difícil es de explicar la energía, la adrenalina, la emoción y sensación que te inunda
el alma, el corazón, la cabeza, todo, cuando estás en escena… y sentir cómo el público recibe
esa emoción y te devuelve algo que hace que tú entres en un estado de éxtasis porque hay
algo que se intercambia, y eso, eso tan difícil de poner en palabras es lo que hace que sea tan
maravilloso este trabajo, con sus altos y bajos como todo en esta vida.
Es esta una profesión en la que hay que dar el cien por cien de ti mismo, que es
extenuante en ciertos momentos, pero con la que, a pesar de todos los pesares, soy
inmensamente feliz.