.
Nos vamos convenciendo del esfuerzo que tuvo que suponer el acondicionamiento del
jardín. Grandes rocas sin duda fabricadas a partir de elementos naturales (incluyendo dife-
rentes texturas y formas) y adecuadamente tratadas para servir de perenne atril a las poe-
sías.
Tres olivos, algo así como la contrapartida andaluza de la castellana encina, se encuen-
tran en otra parte del jardín, acogiendo en su centro el famoso poema de Miguel Hernández
(1910-1942) Andaluces de Jaén.
Andando un poco encontramos dos poemas bastante maltratados por la intemperie,
uno de Calderón (1600-1681) y otro de Quevedo (1580-1645). Sin duda, buenos poemas,
pero los árboles de los que nos hablan resultan un tanto extraños a nuestros oídos. Todavía
no habían llegado las tormentas románticas del siglo XIX que cambiaron el paisaje para
siempre.