La vida
Quise esperar a que la vida se me apareciera al fin al terminarla;
que cuando acabara de vivirla para otros
regalando cachitos de no yos,
alicatando sus vidas con mi negarme a vivirla
y colmando de desamor el amor que derramaba,
pudiera al fin vivirla
guardando para mí un único hueco,
un claustro prenatal:
la poesía;
una platónica pared donde imaginaba y ponía nombre
a esas sombras que la luz me regalaba
mientras me negaba el calor sobre la piel
de la propia luz de esa luz distorsionada,
y esperando
―¡he esperado siempre, siempre...; tanto tiempo!...―
agazapado, fetal,
guareciéndome en ese sueño
que contiene todo lo que el hombre ha soñado
desde que fue capaz de mirar sin miedo a las estrellas,
en esa luz que tanto se ha negado a los que apenas visitó
y que la analizan a la luz de una luz atardecida,
la clasifican, la valoran, ponen precio y aún expenden,
hacen ensayos y la detentan como propia,
la glosan, la esconden o la exhiben
como néctar al alcance tan sólo de unos pocos,
eligiendo a quienes sin derecho se la niegan,
creyendo que ahora, que he sobrevivido a la vida,
podría cuadrar las cuentas, ser feliz, vivir por fin,
sentirme,
para dar sentido a una vida malgastada en malgastarla
y ver por fin que era eso de vivir en propia piel,
desde el patio de butacas,
esto a la que llaman vida y que yo no he vivido en mi vida;
y vivir como un monólogo esta farsa.
Jesús Barriuso
(con una pregunta de Marta Aranaz como motivo)