estos testimonios que se reproducen en las páginas de La vuelta al mundo en ochenta
mundos están firmados por «J. Isaac» aunque la mayoría reproducen grabados de otros
artistas o de anónimos folletos publicitarios 13 . Ahora bien, el juego de las falsas atribucio-
nes y de la erudición imaginada recibe un golpe de gracia en el epílogo titulado «Acción de
gracias», en el que Rodríguez Santerbás, después de aseverar que en este libro «ni creé
a la mayoría de sus personajes, ni inventé todas las palabras que pronunciaron», relaciona
las «Fuentes» de donde proceden los ochenta «azares» (así denomina a cada una de las
aventuras o capítulos del volumen) 14 y los ochenta héroes que los pueblan y que, al tratarse
de un periplo iniciado y concluido en Sevilla, comienza con el mítico don Juan y concluye
con la evocación del cantaor decimonónico Silverio Franconetti. Todo un despliegue de cul-
tura literaria y de guiños de culta complicidad con el lector imbuido en las tradiciones lite-
rarias más variadas.
La técnica de los pastiches
El principio universal de imitación, rector de la creación literaria, está en la base de los
procesos de mimetización textual que, al modo de la «escritura oblicua» de la que ha hablado
Philipe Hamon, da cuerpo a las parodias y los pastiches de las antiguas y las modernas lite-
raturas 15 . El procedimiento que, en sus orígenes, tuvo una finalidad principalmente burlesca
ha ido desplegando unos propósitos de índole lúdica tan acentuados que ha terminado por
convertirse en un rasgo caracterizador de la literatura reciente. Por ejemplo, Patrick Ram-
baud, escritor francés especialista en la imitación del estilo de
otros, obtuvo el premio Gouncourt por su novela histórica La Ba-
taille (1997), un relato documentadísimo que rescribe la batalla de
Essling al modo de los grandes novelistas históricos franceses del
siglo XIX, comenzando por Balzac. En la novela española actual el
pastiche es uno de los procedimientos más frecuentados y va
desde la imitación del estilo de fórmulas novelescas populares ―el
folletín, la novela negra, la novela rosa― hasta la atribución de tex-
tos a autores que no los han escrito ―pienso en la colección de
Cuentos únicos (1989) de Javier Marías―.
El tributo a la cultura literaria que paga Santiago Rodríguez
Santerbás alcanza en Tres pastiches victorianos su manifestación
más ostentosa en el conjunto de componentes paratextuales que
antes he mencionado y que pueden resultar reiterativos para un
lector exigente, ya que el acierto de esta selección de tres falsas
novelas ―al modo de Ramón Gómez de la Serna― atribuidas a los
escritores ingleses del siglo XIX Dickens, Lewis Carroll y Conan
Doyle estriba en su hábil imitación de la estructura narrativa y el estilo de los creadores de
Picwick, Alicia y Sherlock Holmes.
En «El último viaje de Mr. Pickwick» imagina Rodríguez Santerbás una nueva aventura
que traslada al personaje de Dickens a la imaginada ciudad inglesa de Sarborough (la per-
tinente nota la identifica con Salisbury) para recuperar un cuadro de Rubens que donará a
la galería de pinturas de Dulwich. En el viaje de búsqueda, acompañado de sus inevitables
Moratín, dibujó en el manuscrito de sus apuntaciones del viaje a Inglaterra diversos objetos del país visitado que le llamaron
la atención.
13 . Por ejemplo, los dos grabados de Durero que se imprimen en las páginas 49 y 70 son trabajos del artista germano que
Rodríguez Santerbás sitúa con precisión en la fuente de donde los toma (cf. The complete Woodcuts of Albert Dürer, ed. Dr.
Willi Kurth, New York, Dover Publications, 1963, p. 47 para «Catón instruye a su hijo en el lecho de muerte» y p. 112 para «Las
siete trompetas son entregadas a los ángeles»).
14 . Las referencias del fondo último de este libro de viajes y aventuras son, por supuesto, Verne y Costaza.
15 . Para abreviar bibliografía, véanse la Introducción de Paola Mildonian a las Actas Parodia, Pastiche, mimetismo. atti del
convengo internazionale di Letterature comparate, Roma, Bulzoni, 1997.