pergeña al modo costumbrista el escenario de un palacio real y el perfil de los personajes
principales de una trama que se resuelve con quiebro poético en el rechazo de la princesa al
pretendiente que, originariamente, había sido un unicornio del que ella había quedado pren-
dada:
La doncella se fue/ con su blanco vestido,/ los ojos muy abiertos/ y el co-
razón cansado./ No fue a recoger flores,/ ni a buscar un marido;/ fue a soñar
unicornios/ en el bosque hechizado 8 .
La obra narrativa de Rodríguez Santerbás
El refinado culturalismo que impregna los relatos de Santiago Rodríguez Santerbás
no fue, desde luego, la excepción madrileña a la invención periodística de la que fue lla-
mada «escuela de la berza» mesetaria. Rodríguez Santerbás, como otros muchos escri-
tores españoles formados en los años de la inmediata postguerra, tanto del centro
geográfico como de la periferia, buscó la salvación de su mundo interior en la lectura
voraz y en los viajes al extranjero, dos formas de eludir la inhóspita realidad española
de mediados del siglo XX. Con estos recursos fabricó, en mi opinión, las paredes maes-
tras de sus obras narrativas. La integración, pues, de las Bellas Artes en sus relatos
―como ocurre en la pieza teatral a la que me he referido― es un recurso paralelo a la
intensificación de citas intertextuales y guiños devotos a las buenas formas sociales de
los países europeos y al distanciamiento irónico con el que es encarada la vida cotidiana
espejeada en las páginas de sus relatos 9 . Sí puede apreciarse, con todo, una intensifi-
cación de esos artificios constructivos en el curso del avance cronológico de su escritura,
ya que en su primer relato Jorobita predomina una sencilla veta de irrealidad poética
que se irá hipertrofiando en los textos posteriores. Desde luego, el juicio de Miguel De-
libes sobre la contención estilística que caracterizaba los primeros relatos de Santiago
Rodríguez Santerbás y en los que se revelaba como «un hábil administrador de palabras,
como un joven maestro de economía literaria», creo que solo se puede aplicar al último
del que tengo noticia, Román y yo (1987), ya que en los años intermedios de su pro-
ducción la abundancia de artificios literarios es mucho más llamativa, como puede com-
probarse en los libros titulados Tres pastiches victorianos (1980), La vuelta al mundo
en ochenta días (1982) y La inmortalidad del cangrejo (1985).
Efectivamente, Jorobita narra la biografía de un toro malforme ―«Jorobita nació
en enero. Lo trajo una cigüeña y lo dejó, acurrucadito y húmedo, junto a la madre»―
que crece aislado de la manada y para el que los contactos afectivos son reducidos y
episódicos. Una noche, en que fue trasteado por un maletilla, dejó huella profunda en
su memoria, y aquel torerillo es el que lo torea y lo remata magistralmente al final del
relato. Los toques de ambientación maravillosa que van subrayando la narración tienen
correspondencia en la novelística fantástica representada por las Industrias y andanzas
textos escolares.
8 . La doncella y el unicornio, p. 44.
9 . Valgan como muestras de este tratamiento sarcástico de la vida española del momento dos breves pasajes de La inmortalidad
de cangrejo: «Desfilaban los últimos encapuchados; ambas hileras se juntaban en una línea transversal de cinco capirotes; el
del centro era sin duda el jefe o preboste de la cofradía (...). La momentánea claridad de un relámpago bañó las capas pluviales
y las dalmáticas de los clérigos que marchaban en pos de la imagen; y el trueno subsiguiente se multiplicó, como un eco
prolongado, en el redoble de los tambores que tañían quince o veinte sujetos disfrazados de legionarios de la antigua Roma.
Un tropel de mujeres enlutadas venía detrás de los soldados romanos, algunas caminaban descalzas y velaban sus rostros con
gasas negras; otras mantenían sus brazos extendidos en forma de cruz. Una voz de falsete inició la primera estrofa de un
cántico penitencial, y el coro de las enlutadas se adhirió mecánicamente a la deprecación: Perdona a tu pueblo, Señor/ perdona
a tu pueblo/ perdónale, Señor. Un nuevo relámpago deslumbró a las suplicantes» (p. 61). «El dieciocho de julio, con las
formalidades acostumbradas, celebramos el octogésimo primer cumpleaños de tío Camilo, y él se obsequió a sí mismo con
un raro ejemplar de la Mona Hieroglyphica de John Dee» (p. 118).