Culdbura 12 Culdbura 12 | Page 55

Coge su cesta y yo la mía, y ambos nos dirigimos a la puerta que da acceso al aparca- miento. Entonces recuerdo que me debe una respuesta. ―¿Por qué no quieres hablar de eso? Abre la puerta. Sale al aire de la noche y sin mirarme, se dirige a su coche, aparcado en la segunda fila. La miro abrir la puerta, introducir la cesta de la compra, mirar al cielo de la blanca luna inamovible. La miro fijamente, mientras se aferra a la puerta para sostenerse en pie. ―¿Sabes? ―me grita―, la culpa siempre fue suya. Manuel Prado Antúnez Asís G. Ayerbe