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Han pasado varios meses, cuatro o cinco, desde que fui a casa de mi abuela y conocí a Román y hablé con él y vi su cadáver con una estaca en el corazón. Procuro portarme como una niña normal. Pero no soporto el olor de los ajos, y me mareo en las iglesias, y mi rostro no aparece en las foto- grafías ni se refleja en el cristal de los espejos. ¿Qué voy a hacer? ¿Tendré que irme a mi casa, sin que se enteren mis padres, y meterme en un ataúd, como Román, y dormir durante el día y salir por las noches en busca de... alimento? 19 . La novela del tiempo ilimitado y los espacios obsesivos La inmortalidad del cangrejo (1985) es el relato de más aliento, por extensión y complejidad, que ha salido de la pluma de nuestro autor y que compendia su universo li- terario con una plasticidad notable. El solapamiento de realidad e irrealidad, la conciencia angustiosa de un tiempo y un espacio que sofocan el crecimiento de la vida, la acumu- lación, en fin, de muchas alusiones que, como ironías y homenajes, trazan un recamado de asociaciones culturales y literarias. Sólo la vista de los libros que reposan sobre la mesilla de noche de uno de los personajes orienta al lector acerca de este último recurso: «The return of Sherlock Holmes, los Essais, de Montaigne, las Epístolas familiares, de fray An- tonio de Guevara, los Pickwick Papers, los Soliloquios, de Marco Aurelio en la edición bilingüe de Haines» 20 . El relato, también en primera persona, de un joven pro- fesor de instituto describe la existencia enclaustrada de los miembros de la familia Hontanar, indemnes al paso del tiempo pero muy sensibles a los estímulos de los espacios en los que se mueven. Algunos no salen prácticamente de su vieja man- sión, otros ―como el más viejo de todos ellos― viajan incasa- blemente mientras el protagonista se limita a pasear las viejas rúas de una mortecina ciudad en cuya descripción se adivina la natal del escritor 21 . Frente a la inmovilidad de unos, el mo- vimiento incesante del viejísimo bisabuelo que da cuenta a sus parientes de los diversos lugares que visita ―Viena, Venecia, Creta, París, Amsterdam, Kovenhavn, Edimburgo, Nueva York, Albi, Viena― para evocar en ellos las resonancias históricas y artísticas que suscitan en un viajero hiperculto. Y frente al tiempo ilimitado en el que este grupo humano chapotea con la Fuente de la vida ―no en vano se llaman Hontanar y descienden de un añoso conquistador que anduvo en la Florida del siglo XVI a la bús- queda de la Fuente de la eterna juventud―, el narrador protagonista liquida con un pis- toletazo suicida el diario que había comenzado el primero de enero del año anterior, con lo que el relato vuelve al punto de partida y cubre exactamente la duración de un año natural. 19 . Román y yo, pp. 109-110. 20 . La inmortalidad del cangrejo, p. 42. 21 . El tema modernista de las «ciudades muertas» ha vuelto a surgir en la narrativa reciente por la animación que presta a viejos centros urbanos la narrativa de un Luis Mateo Díez. En La inmortalidad del cangrejo son frecuentes las pistas identificatorias de la ciudad a que se alude, si bien la más pertinente es una descripción reiterada del paseo del protagonista: «Crucé el arco de San Miguel, fui caminando hasta el puente de la Estación bajo las ramas desnudas de los tilos, atravesé el río, que venía turbio y muy crecido, seguí por el paseo del Sotillo, desde donde se veían las torres gemelas de la catedral perfiladas contra el cielo incoloro, llegué a la plaza del Instituto, esquivé algunos corros de alumnos, franqueé el oscuro zaguán renacentista...» (p. 28).