se plantea la disyuntiva entre uno y otra, y haciéndola también valer en ocasiones en la em-
presa privada, con la colaboración inestimable de unos directivos que ‘se la envainan’ por
temor a que, de no hacerlo, el juez contaminado de turno atienda la demanda de la excluida;
o tachando de ‘¡machista!’ o ‘sexista’, con la misma animosidad que en otra época se profería
‘¡sea excomunión!, a todo aquel que, esmerándose en ser mínimamente razonable al dar su
opinión o exponer un argumento sobre un tema cualquiera, no ha acertado a emitir un men-
saje especialmente favorable hacia la mujer; y a veces denunciándolo (los mismos que, por
mor de la libertad de expresión, han propuesto abrogar los artículos del Código Penal que
tipifican como delito los insultos e injurias al Rey, a la bandera, al himno nacional…) a fin de
que sea condenado a indemnizar a la supuestamente ultrajada.
” Sin embargo, creemos que el hito fundamental en esa especie de carrera por evitar
la frustración del ser humano se alcanza en el momento en que se despenaliza el aborto,
como si el aborto dejara por eso de ser un crimen. Lo es en sentido estricto, puesto que, al
abortar, se acaba con una vida, independientemente de que no se haya alumbrado aún. Y
seguiría siendo un crimen, aun cuando lo que se abortase fuese una idea, que es a lo que
se ha venido a equiparar un feto o ‘nasciturus’ por algunos de los defensores a ultranza del
aborto libre, aunque, por lo visto, no tanto de las ideas. Con todo, hay que dejar bien claro
que dicho crimen, por más que tenga todas las trazas de que sí, no lo comete la mujer que
interrumpe de manera libre su embarazo y que, supuestamente, soslaya con tal acción el
desencanto de tener que supeditar su juventud a la crianza de su retoño en medio de un
proceloso mar de dificultades; el crimen lo cometemos todos, y con sumo gusto, además,
porque no soportamos la frustración de tener que cargar con un hijo putativo y con una
madre caída en desgracia.
” Pero, en fin, todo sea por hacer una sociedad integrada exclusivamente por individuos
realizados en vez de frustrados. Bien está que, en aras de conseguir esa transformación, se
haya pensado también en hacer invisibles los marcadores de los campos donde se disputan
competiciones deportivas”.
Arrugó la cara, cerró el papel y lo arrojó despectivamente sobre la mesa. Rezongó acto
seguido:
―¡Fachas!
José María Izarra
Ausín Sainz