Érase una mujer que anhelaba tener un niño, pero no sabía dónde irlo a buscar. Al fin se decidió a acudir a una vieja bruja y le dijo: "Me gustaría mucho tener un niño; dime cómo lo he de hacer."
"Sí, será muy fácil"- respondió la bruja-. "Ahí tienes un grano de cebada,cógelo, plántalo en una maceta y verás maravillas".
Enseguida brotó una hermosa flor con los pétalos cerrados, los cuales, al darles la mujer un beso, se abrieron dejando paso a una niña pequeñísima, linda y gentil, no más larga que un dedo pulgar, por lo que la llamaron Pulgarcita.
Una noche, mientras la pequeñuela dormía en su camita, se presentó un sapo, que saltó por un cristal roto de la ventana. Era feo, gordote y viscoso. "¡Sería una bonita mujer para mi hijo!", se dijo el sapo, y, cargando con la cáscara de nuez en que dormía la niña, saltó al jardín por el mismo cristal roto.
Cuando se hizo de día despertó la pequeña, asustada pues estaba toda rodeada de agua sin pder llegar a tierra firme.
El viejo sapo, inclinándose profundamente en el agua, dijo: -Aquí te presento a mi hijo; será tu marido, y vivirán muy felices en el cenagal.
Al poco el viejo sapo se marchó con su hijo, quedandose Pulgarcita sola. Los peces de alrededor, que habían escuchado la conversación, sintieron mucha lastima de Pulgarcita y la ayudaron a escapar.
Iba navegando por el río, cuando un gran abejorro la capturó y se la llevó a un arbol. El abejorro creía que Pulgarcite era muy bonita y llamó a sus compañeros para que la vieran. Cuando llegaron las damas abejas, de celos, empezaron a meterse con ella, pese a que lo que decían no era nada verdad, el abejorro que la secuestró acabo creyendoselo y dejo de gustarle.
Pulgarcita se pasó todo el verano sola en el bosque. Y finalmente llegó el invierno.
Por suerte, Pulgarcita encontró la casita del raton de campo, y llamó a la puerta pidiendo algo de comer ya que llevaba días sin comer, y estaba congelada de frío.
-¡Pobre pequeña!- exclamó el ratón, que era ya viejo, y bueno en el fondo- entra en mi casa, que está bien caldeada y come conmigo-. Y como Pulgarcita le pareció simpatica, le dijo: – Puedes pasar el invierno aquí si quieres, cuidando de la limpieza de mi casa y contandome algun cuento.
- Hoy tendremos visita – dijo un día el ratón-. Mi vecino suele venir todas las semanas a verme. Es aún más rico que yo; tiene grandes salones y lleva una hermosa casaca de terciopelo negro. Si lo quisieras por marido nada te faltaría. Sólo que es ciego...
Pero a Pulgarcita le interesaba muy poco el vecino, pues era un topo.
Pulgarcita tuvo que cantar, y el topo se enamoró.
Poco antes, el topo había excavado una larga galería subterránea desde su casa a la del vecino e invitó al ratón y a Pulgarcita, advirtiendoles que no debían asustarse del pájaro muerto que yacía en la galeria.
Al llegar al sitio donde yacía el pájaro muerto, a Pulgarcita se le encogió el corazón, pues quería mucho a los pajarillos, y la pobre criatura había muerto de frio.
El topo, con su corta pata, dio un empujón a la golondrina y dijo:
-Ésta ya no volverá a chillar. ¡Qué pena, nacer pájaro! A Dios gracias, ninguno de mis hijos lo será.
Pulgarcita, cuando los otros dos hubieron vuelto la espalda, se inclinó sobre la golondrina y, apartando las plumas que le cubrían la cabeza, besó sus ojos cerrados.
Aquella noche Pulgarcita no pudo pegar ojo, asique se fue donde estaba la golondrina.
Dejó caer la cabeza sobre el pecho de la golondrina, y descubrió que ésta aun estaba viva, aun le latia el corazón.
Pulgarcita decidió abrigar a la golondrina par que entrase en calor y se recuperase cuanto antes.
A la noche siguiente Pulgarcita regresó y el ave estaba mucho mejor.
- ¡Gracias, mi linda pequeñuela! -murmuró la golondrina enferma-. Ya he entrado en calor; pronto habré recobrado las fuerzas y podré salir de nuevo a volar bajo los rayos del sol.
El pájaro se quedó todo el invierno en el subterráneo, bajo los amorosos cuidados de Pulgarcita, sin que lo supieran el topo ni el ratón.
En primavera ya estaba totalmente recuperada, y le preguntó a Pulgarcita si quería ir con el, quien le respondió que no, ya que le pondría muy triste abandonar al ratón.
Una vez se marchó la ave, Pulgarcita no vió más el sol, y comenzó a prepararse para su boda con el topo.
PULGARCITA