Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
Diciendo esto le puso en la mano una cajita de esmeralda, de una sola pieza.
-Guárdala bien, -le dijo-, te traerá la fortuna.
El conde se levantó y viendo que estaba descansado y había recobrado sus fuerzas, dio gracias a
la vieja por su regalo y se puso en camino sin pensar un instante en mirar a la hermosa ninfa. Se
hallaba ya a alguna distancia cuando oía todavía a lo lejos el alegre grito de los gansos.
El conde permaneció tres días perdido en aquellas soledades antes de poder encontrar el camino.
Por último llegó a una ciudad, y como no le conocía nadie, se hizo conducir al palacio del rey,
donde el príncipe y su mujer estaban sentados en su trono. El conde puso una rodilla en tierra, sacó
de su bolsillo la caja de esmeralda y la depositó a los pies de la reina. Le mandó levantarse y fue a
presentarle su caja. Pero apenas la había abierto y mirado, cuando cayó en tierra como muerta. El
conde fue detenido por los criados del rey, e iba a ser puesto en prisión, cuando la reina abrió los
ojos y mandó que le dejaran libre, y que salieran todos, porque quería hablarle en secreto.
Cuando se quedó sola la reina se echó a llorar amargamente y dijo:
-¿De qué me sirven el esplendor y los honores que me rodean? Todas las mañanas despierto llena
de cuidados y de aflicciones. He tenido tres hijas, la menor de las cuales era tan hermosa que todos
la miraban como una maravilla. Era blanca como la nieve, colorada como la flor del manzano, y
brillaban sus cabellos como los rayos del sol. Cuando lloraba no eran lágrimas las que caían de sus
ojos, sino perlas y piedras preciosas. Cuando llegó a la edad de trece años, mandó el rey venir a sus
tres hijas delante de su trono. Era digno de ver cómo abría todo el mundo los ojos cuando entró la
menor; creía uno presenciar la salida del sol. El rey dijo:
-Hijas mías, ignoro cuando llegará mi último día; quiero decidir desde hoy lo que debe recibir cada
una de vosotras después de mi muerte. Las tres me amáis, pero la que me ame más tendrá la mejor
parte.
Cada una dijo que era ella la que amaba más a su padre.
-¿No podríais, -repuso el rey-, explicarme todo lo que me amáis? Así sabré cuáles son vuestros
sentimientos.
La mayor dijo:
-Amo a mi padre como al azúcar más dulce.
La segunda:
-Amo a mi padre como al vestido más hermoso.
Pero, la menor guardó silencio.
-¿Y tú, dijo su padre, cómo me amas?
-No sé; -respondió-, y no puedo comparar mi amor a nada.
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