CUENTOS HERMANOS GRIM cuentos_hermanos_grimm_edincr | Page 46

Cuentos de los Herm anos Grimm EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL costa rica -¿Queréis ayudarme? -añadió la vieja viendo que se detenía-; aún tenéis las espaldas derechas y las piernas fuertes: esto no es nada para vos. Además, mi casa no está lejos de aquí: está en un matorral, al otro lado de la colina. Treparéis allá arriba en un instante. El joven tuvo compasión de la vieja, y le dijo: -Verdad es que mi padre no es labrador, sino un conde muy rico; sin embargo, para que veáis que no son sólo los pobres los que saben llevar una carga, os ayudaré a llevar la vuestra. -Si lo hacéis así, -contestó la vieja-, me alegraré mucho. Tendréis que andar una hora; ¿pero qué os importa? También llevaréis las peras y las manzanas. El joven conde comenzó a reflexionar un poco cuando le hablaron de una hora de camino; pero la vieja no le dejó volverse atrás, le colgó el saco a las espaldas y le puso en las manos los dos cestos. -Ya veis, -le dijo-, que eso no pesa nada. -No, esto pesa mucho, -repasó el conde haciendo un gesto horrible-; vuestro saco es tan pesado, que cualquiera diría que está llenó de piedras; las manzanas y las peras son tan pesadas como el plomo; apenas tengo fuerza para respirar. Tenía muchas ganas de dejar su carga, pero la vieja no se lo permitió. -¡Bah! no creo, -le dijo con tono burlón-, que un señorito tan buen mozo, no pueda llevar lo que llevo yo constantemente, tan vieja como soy. Están prontos a ayudaros con palabras, pero si se llega a los hechos, sólo procuran esquivarse. ¿Por qué, añadió, os quedáis así titubeando? En marcha, nadie os librará ya de esa carga. Mientras caminaron por la llanura, el joven pudo resistirlo; pero cuando llegaron a la montaña y tuvieron que subirla, cuando las piedras rodaron detrás de él como si hubieran estado vivas, la fatiga fue superior a sus fuerzas. Las gotas de sudor bañaban su frente, y corrían frías unas veces y otras ardiendo por todas las partes de su cuerpo. -Ahora, -le dijo-, no puedo más, voy a descansar un poco. -No, -dijo la vieja-, cuando hayamos llegado podréis descansar; ahora hay que andar. ¿Quién sabe si esto podrá servirte para algo? -Vieja, eres muy descarada, -dijo el conde. Y quiso deshacerse del saco, mas trabajó en vano, pues el saco estaba tan bien atado como si formara parte de su espalda. Se volvía y revolvía, pero sin conseguir soltar la carga. La vieja se echó a reír, y se puso a saltar muy alegre con su muleta. -No os incomodéis, mi querido señorito, -le dijo-, estáis en verdad encarnado como un gallo; llevad vuestro fardo con paciencia; cuando lleguemos a casa os daré una buena propina. 46