Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
La hermanita se asustó mucho cuando vio volver al corzo herido, le lavó la sangre de la herida, le
aplicó yerbas y le dijo:
-Ve a descansar a la cama, querido corcito, para curarte.
Pero la herida era tan ligera, que al día siguiente el corzo no sentía nada, y cuando volvió a oír en
el bosque el sonido de la cacería, dijo:
-No puedo parar aquí, necesito salir, no me cogerán con tanta facilidad.
Su hermanita le dijo llorando:
-Hoy te van a matar, no quiero dejarte salir.
-Me moriré aquí de disgusto, si no me dejas salir, -le contestó-; cuando oigo la corneta de la caza,
me parece que se me van los pies.
La hermanita no pudo menos de ceder, le abrió la puerta llena de tristeza, y el corzo se lanzó al
bosque alegre y decidido.
El rey apenas le vio, dijo a los cazadores.
-Perseguidle hasta la noche, pero no le hagáis daño.
En cuanto se puso el sol, dijo el rey al cazador:
-Ven conmigo y enséñame la casa de que me has hablado.
Cuando llegaron a la puerta, llamó y dijo:
-Soy yo, querida hermanita, ábreme, corazoncito mío.
Se abrió la puerta y entró el rey, hallando en su presencia a una joven de lo más hermoso que había
visto nunca.
La joven tuvo miedo cuando vio que en vez del corzo, entraba un rey con la corona de oro en la
cabeza; pero el rey la miró con dulzura y le presentó la mano, diciéndole:
-¿Quieres venir conmigo a mi palacio y ser mi esposa?
-¡Oh, sí!, -contestó la joven-, más es preciso que venga conmigo el corzo, no puedo separarme de
él.
El rey dijo:
-Permaneceré a tu lado mientras vivas, y no carecerás de nada.
En aquel momento entró el corzo saltando, su hermanita le ató con la cuerda de juncos, tomó la
cuerda en la mano, y salió con él de la casa.
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