Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
todo fue inútil. La pobre niña estaba muerta y bien muerta. La colocaron en un ataúd, y los siete,
sentándose alrededor, la estuvieron llorando por espacio de tres días. Luego pensaron en darle
sepultura; pero viendo que el cuerpo se conservaba lozano, como el de una persona viva, y que sus
mejillas seguían sonrosadas, dijeron:
-No podemos enterrarla en el seno de la negra tierra -y mandaron fabricar una caja de cristal
transparente que permitiese verla desde todos los lados. La colocaron en ella y grabaron su nombre
con letras de oro: “Princesa Blancanieves”. Después transportaron el ataúd a la cumbre de la
montaña, y uno de ellos, por turno, estaba siempre allí velándola. Y hasta los animales acudieron a
llorar a Blancanieves: primero, una lechuza; luego, un cuervo y, finalmente, una palomita.
Y así estuvo Blancanieves mucho tiempo, reposando en su ataúd, sin descomponerse, como
dormida, pues seguía siendo blanca como la nieve, roja como la sangre y con el cabello negro
como ébano. Sucedió, entonces, que un príncipe que se había metido en el bosque se dirigió a la
casa de los enanitos, para pasar la noche. Vio en la montaña el ataúd que contenía a la hermosa
Blancanieves y leyó la inscripción grabada con letras de oro. Dijo entonces a los enanos:
-Denme el ataúd, pagaré por él lo que me pidan.
Pero los enanos contestaron:
-Ni por todo el oro del mundo lo venderíamos.
-En tal caso, regálenmelo -propuso el príncipe-, pues ya no podré vivir sin ver a Blancanieves. La
honraré y reverenciaré como a lo que más quiero.
Al oír estas palabras, los hombrecillos sintieron compasión del príncipe y le regalaron el féretro.
El príncipe mandó que sus criados lo transportasen en hombros. Pero ocurrió que en el camino
tropezaron contra una mata, y de la sacudida saltó de la garganta de Blancanieves el bocado de la
manzana envenenada, que todavía tenía atragantado. Y, al poco rato, la princesa abrió los ojos y
recobró la vida.
Levantó la tapa del ataúd, se incorporó y dijo:
-¡Dios Santo!, ¿dónde estoy?
Y el príncipe le respondió, loco de alegría:
-Estás conmigo -y después de explicarle todo lo ocurrido, le dijo:
-Te quiero más que a nadie en el mundo. Ven al castillo de mi padre y serás mi esposa.
Accedió Blancanieves y se marchó con él al palacio, donde enseguida se dispuso la boda, que
debía celebrarse con gran magnificencia y esplendor.
A la fiesta fue invitada también la malvada madrastra de Blancanieves. Una vez que se hubo
ataviado con sus vestidos más lujosos, fue al espejo y le preguntó:
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