Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
-Bienvenida seas a esta casa -le dijo-. ¿Qué deseas?
-Quiero ver a los siete cuervos -contestó la niña sin temor-. Las estrellas me han dicho que vivían
aquí.
-Es verdad -respondió el gentil enano-, pero en este momento mis amos han salido. Sin embargo,
como no tardarán en volver, si quieres puedes pasar a esperarlos. Es posible que se alegren de
verte, pero nunca reciben a nadie.
La niña no se hizo repetir la invitación y entró en el castillo. Cruzó el amplio vestíbulo y el enano
la condujo al comedor, donde se vio frente a una gran mesa puesta para siete cubiertos. Como
después de su largo viaje la niña tenía hambre, dijo al enano:
-¿Podría servirme algo de lo que hay sobre la mesa? Estoy muy cansada y tengo hambre y sed.
-Sí -dijo el enano-. Come y bebe si quieres.
Y como la niña no quería privar a ninguno de los siete cuervos de su ración, probó nada más que
un bocado de cada plato y bebió un sorbo de cada vaso.
Pero no advirtió que el anillo de bodas de su madre rodó de su dedo y cayó al fondo de uno de los
vasos.
De pronto se sintió afuera un aleteo de pájaros y la niña se levantó presurosa.
-Escóndeme -dijo al enano-; no quisiera que tus amos los siete cuervos me vieran todavía.
El enano la hizo ocultar tras una cortina y poco después se vio entrar por la ventana a los siete
cuervos. Se posó cada uno junto a su plato y comenzaron a comer. De pronto, uno de ellos exclamó:
-Parece como si alguien hubiera comido en mi plato y bebido en mi vaso.
-Pues, ¡y en el mío! -dijo otro.
-¡Y en el mío, y en el mío! -gritaban todos los cuervos a un tiempo, en medio de un agitado batir
de alas.
Y cuando el último de ellos miró su vaso, advirtió que algo sonaba en el fondo del mismo. Miraron
todos, y con gran sorpresa vieron en el vaso el anillo de bodas de su madre.
Primero se quedaron mudos de asombro. Pero en seguida comprendieron que aquello que parecía
un milagro no tenía sino una explicación. Y dando grandes aleteos de alegría, comenzaron a gritar
alborozados:
-¡Nuestra hermanita ha venido a buscarnos! ¡Nuestra hermanita ha venido a buscarnos!
Al oírles, salió la niña de su escondite y comenzó a besar a los cuervos. Y sucedió que a medida
que los besaba, los feos pájaros negros se fueron convirtiendo en apuestos jóvenes.
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