Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
“¡Cómo puede darme un consejo este necio animal!,” pensó el príncipe, oprimiendo el gatillo; pero
erró la puntería y la zorra se adentró rápidamente en el bosque con el rabo tieso. Siguió el joven
su camino y al anochecer llegó al pueblo de las dos posadas, en una de las cuales todo era canto
y baile, mientras la otra ofrecía un aspecto mísero y triste. “Tonto sería -díjose- si me hospedase
en ese tabernucho destartalado en vez de hacerlo en esta hermosa fonda.” Así, entró en la posada
alegre, y en ella se entregó al jolgorio olvidándose del pájaro, de su padre y de todas las buenas
enseñanzas que había recibido.
Transcurrido un tiempo sin que regresara el hijo mayor, púsose el segundo en camino, en busca
del pájaro de oro. Como su hermano, también él topó con la zorra, la cual diole el mismo consejo,
sin que tampoco él lo atendiera. Llegó a las dos posadas y su hermano, que estaba asomado a la
ventana de la alegre, lo llamó e invitó a entrar. No supo resistir el mozo y pasando al interior,
entregóse a los placeres y diversiones.
Al cabo de mucho tiempo, el hijo menor del Rey quiso salir, a su vez, a probar suerte; pero el padre
se resistía.
-Es inútil -dijo-. Éste encontrará el pájaro de oro menos aún que sus hermanos; y si le ocurre una
desgracia, no sabrá salir de apuros; es el menos despabilado de los tres.
No obstante, como el joven no lo dejaba en paz, dio al fin su consentimiento.
A la orilla del bosque encontróse también con la zorra, la cual le pidió que le perdonase la vida y
le dio su buen consejo. El joven, que era de buen corazón, dijo:
-Nada temas, zorrita; no te haré ningún daño.
-No lo lamentarás -respondióle la zorra-. Y para que puedas avanzar más rápidamente, súbete en
mi rabo.
No bien se hubo montado en él, echó la zorra a correr a campo traviesa, con tal rapidez que los
cabellos silbaban al viento. Al llegar al pueblo desmontó el muchacho y siguiendo el buen consejo
de la zorra, hospedóse, sin titubeos, en la humilde posada, donde pasó una noche tranquila. A la
mañana siguiente, en cuanto salió al campo esperábalo ya la zorra, que le dijo:
-Ahora te diré lo que debes hacer. Sigue siempre en línea recta; al fin, llegarás a un palacio, delante
del cual habrá un gran número de soldados tumbados; pero no te preocupes, pues estarán durmiendo
y roncando; pasa por en medio de ellos, entra en el palacio y recorre todos los aposentos, hasta que
llegues a uno más pequeño, en el que hay un pájaro de oro encerrado en una jaula de madera. Al
lado verás otra jaula de oro, bellísima pero vacía, pues sólo está como adorno: guárdate mucho de
cambiar el pájaro de la jaula ordinaria a la lujosa, pues lo pasarías mal.
Pronunciadas estas palabras, la zorra volvió a extender la cola y el príncipe montó en ella. Y otra
vez empezó la carrera a campo traviesa, mientras los cabellos silbaban al viento. Al bajar frente al
palacio, lo encontró todo tal y como le predijera la zorra. Entró el príncipe en el aposento donde se
hallaba el pájaro de oro en su jaula de madera, al lado de la cual había otra dorada; y en el suelo vio
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