Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
Huid en este caso tan deprisa como podáis, y que Dios os ampare y guarde. Todas las noches me
levantaré a rezar por vosotros: en invierno, para que no os falte un fuego con que calentaros; y en
verano, para que no sufráis demasiado calor.
Después de bendecir a sus hijos, partieron éstos al bosque. Montaban guardia por turno, subido
uno de ellos a la copa del roble más alto, fija la mirada en la torre. Transcurridos once días, llególe
la vez a Benjamín, el cual vio que izaban una bandera. ¡Ay! No era blanca, sino roja como la
sangre, y les advertía que debían morir. Al oírlo los hermanos, dijeron encolerizados:
-¡Qué tengamos que morir por causa de una niña! Juremos venganza. Cuando encontremos a una
muchacha, haremos correr su roja sangre. Adentráronse en la selva, y en lo más espeso de ella,
donde apenas entraba la luz del día, encontraron una casita encantada y deshabitada:
-Viviremos aquí -dijeron-. Tú, Benjamín, que eres el menor y el más débil, te quedarás en casa y
cuidarás de ella, mientras los demás salimos a buscar comida.
Y fuéronse al bosque a cazar liebres, corzos, aves, palomitas y cuanto fuera bueno para comer.
Todo lo llevaban a Benjamín, el cual lo guisaba y preparaba para saciar el hambre de los hermanos.
Así vivieron juntos diez años, y la verdad es que el tiempo no se les hacía largo.
Entretanto había crecido la niña que diera a luz la Reina; era hermosa, de muy buen corazón, y
tenía una estrella de oro en medio de la frente. Un día que en palacio hacían colada, vio entre la
ropa doce camisas de hombre y preguntó a su madre:
-¿De quién son estas doce camisas? Pues a mi padre le vendrían pequeñas.
Le respondió la Reina con el corazón oprimido:
-Hijita mía, son de tus doce hermanos.
-¿Y dónde están mis doce hermanos -dijo la niña-. Jamás nadie me habló de ellos.
La Reina le dijo entonces:
-Dónde están, sólo Dios lo sabe. Andarán errantes por el vasto mundo.
Y llevando a su hija al cuarto cerrado, abrió la puerta y le mostró los doce ataúdes, llenos de virutas
y con sus correspondientes almohadillas:
-Estos ataúdes -díjole- estaban destinados a tus hermanos, pero ellos huyeron al bosque antes de
nacer tú -y le contó todo lo ocurrido. Dijo entonces la niña:
-No llores, madrecita mía, yo iré en busca de mis hermanos.
Y cogiendo las doce camisas se puso en camino, adentrándose en el espeso bosque.
Anduvo durante todo el día y al anochecer llegó a la casita encantada. Al entrar en ella encontróse
con un mocito, el cual le preguntó:
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